René Guénon — Apreciações sobre o Esoterismo Islâmico e o Taoísmo
TAOÍSMO Y CONFUCIANISMO
Los pueblos antiguos, en su mayoría, apenas se han preocupado de establecer para su historia una cronología rigurosa; algunos no se sirvieron inclusive, al menos para las épocas más lejanas, más que de números simbólicos, que no se podrían, sin cometer un grave error, tomar por fechas en el sentido ordinario de este término. Los chinos constituyen, a este respecto, una excepción bastante destacable: son quizás el único pueblo que haya tenido constantemente cuidado, desde el origen mismo de su Tradición, de fechar sus anales por medio de observaciones astronómicas precisas, incluyendo la descripción del estado del cielo en el momento en que se han producido los acontecimientos cuyo recuerdo ha sido conservado. Se puede pues, en lo que concierne a la China y a su antigua historia, ser más afirmativo que en muchos otros casos; y se sabe así que este origen de la Tradición que puede llamarse propiamente china se remonta a alrededor de 3700 años antes de la Era Cristiana. Por una coincidencia bastante curiosa, esta misma época es también el comienzo de la Era Hebraica; pero, para esta última, sería difícil decir que acontecimiento, en realidad, constituye este punto de partida.
Un tal origen, por alejado que pueda parecer cuando se le compara al de la civilización greco-romana, a decir verdad, todavía bastante reciente; ¿cuál era, antes de esta época, el estado de la raza amarilla, que habitaba entonces verosímilmente algunas regiones del Asia central? Es imposible precisarlo, en ausencia de dones suficientemente explícitos; parece que esta raza haya atravesado un periodo de oscurecimiento, de una duración indeterminada, y que haya sido sacada de ese sueño en el momento que estuvo también marcado por cambios importantes para otras partes de la humanidad. Puede pues, e inclusive es la única cosa que se afirma con suficiente claridad, que lo que aparece como un comienzo no haya sido verdaderamente más que el despertar de una Tradición muy anterior, que debió, por lo demás, ser puesta entonces bajo otra forma, para adaptarse a condiciones nuevas. Sea lo que ello fuere, la historia de la China, o de lo que se llama así hoy día, no comienza propiamente más que en Fo-hi, que se considera como su primer emperador; y es menester añadir de inmediato que este nombre de Fo-hi, al cual está vinculado todo el conjunto de los conocimientos que constituyen la esencia misma de la Tradición china, sirve en realidad para designar todo un periodo, que se extiende sobre una duración de varios siglos.
Fo-hi, para fijar los principios de la Tradición, hizo uso de símbolos lineales tan simples y al mismo tiempo tan sintéticos como es posible: el trazo continuo y el trazo quebrado, signos respectivos del yang y del ying, es decir, de los dos principios activo y pasivo que, procediendo de una especie de polarización de la suprema Unidad metafísica, dan nacimiento a toda la manifestación universal. De las combinaciones de estos dos signos, en todas sus disposiciones posibles, son formados los ocho koua o «trigrammas», que han permanecido siempre como los símbolos fundamentales de la Tradición Extremo-Oriental. Se dice que, «antes de trazar los trigrammas, Fo-hi miró el Cielo, después bajo los ojos hacia la Tierra, observó las particularidades de ésta, consideró los caracteres del cuerpo humano y de todas las cosas exteriores» (Libro de los Ritos de Tcheou.). Este texto es particularmente interesante porque contiene la expresión formal de la Gran Tríada: El Cielo y la Tierra, o los dos principios complementarios de los que son producidos todos los seres, y el hombre que, participando de uno y otro por su naturaleza, es el término medio de la Tríada, el mediador entre el Cielo y la Tierra. Conviene precisar que se trata del «hombre verdadero», es decir, del que, llegado al pleno desarrollo de sus facultades superiores, «puede ayudar al Cielo y a la Tierra en el mantenimiento y la transformación de los seres, y, por eso mismo, constituir un tercer poder con el Cielo y la Tierra» (Tchoung-young, XXII.). Se dice también que Fo-hi vio un dragón salir del río, uniendo en él las potencias del Cielo y de la Tierra, y llevando los trigrammas inscritos sobre su espalda, y no hay ahí más que otra manera de expresar simbólicamente la misma cosa.
Toda la Tradición fue pues contenido primero esencialmente y como en germen en los trigrammas, símbolos maravillosamente aptos a servir de soporte a posibilidades indefinidas: no quedaba más que extraer de los mismos todos los desarrollos necesarios, sea en el domino del puro conocimiento metafísico, sea en el de sus aplicaciones diversas al orden cósmico y al orden humano. Para eso, Fo-hi escribió tres libros, de los cuales el último, llamado Yi-king o «Libro de las mutaciones», es el único llegado hasta nosotros; y el texto de este libro es todavía de tal modo sintético que puede ser entendido en sentido múltiples, por lo demás perfectamente concordantes entre ellos, según que uno se atenga en ello estrictamente a los principios o que se quiera aplicarles a tal o cual orden determinado. Así, además del orden metafísico, hay una multitud de aplicaciones contingentes, de desigual importancia, que constituyen otras tantas ciencias Tradicionales: Aplicaciones lógica, matemática, astronómica, fisiológica, social, y así seguidamente; hay inclusive una aplicación adivinatoria, que por lo demás es considerada como una de las más inferiores de todas, y cuya práctica es abandonada a los juglares errantes. Por lo demás, hay ahí un carácter común a todas las doctrinas Tradicionales al contener en sí mismas, desde el origen, las posibilidades de todos los desarrollos concebibles, comprendidos los de una indefinidad variada de ciencias de las que el occidente moderno no tiene la menor idea, y de todas las adaptaciones que podrán ser requeridas por las circunstancias ulteriores. No hay pues lugar a sorprenderse de que las enseñanzas encerradas en el Yi-king, y que Fo-hi mismo declaraba haber sacado de un pasado muy antiguo y muy difícil de determinar, hayan devenido a su vez la base común de las dos doctrinas en que la Tradición china se ha continuado hasta nuestros días, y que, sin embargo, en razón de los dominios totalmente diferentes a que se refieren, pueden parecer a primera vista no tener ningún punto de contacto: el taoísmo y el confucianismo.
¿Cuáles son las circunstancias que, al cabo de alrededor tres mil años, hicieron necesaria una readaptación de la doctrina Tradicional, es decir, un cambio incidiendo, no sobre el fondo que permanece siempre rigurosamente idéntico a sí mismo, sino sobre las formas en que la doctrina en cuestión es en cierto modo incorporada? Hay ahí todavía un punto que sería difícil de elucidar completamente, ya que estas cosas, en China tanto como en otras partes, son de las que no dejan apenas rastros en la historia escrita, en la que los efectos exteriores son mucho más visibles que las causas profundas. En todo caso, lo que parece cierto, es que la doctrina, tal como había sido formulada en la época de Fo-hi, había cesado de ser comprendida generalmente en lo que la misma tiene de más esencial; y sin duda, tampoco las aplicaciones que de la misma habían sido extraídas antaño, concretamente bajo el punto de vista social, correspondían ya a las condiciones de existencia de la raza, que habían debido modificarse muy sensiblemente en el intervalo.