Revolta contra o Mundo Moderno
Por otra parte, en el mito diluviano, la desaparición de la tierra sagrada que un mar tenebroso — las “aguas de la muerte”- separó de los hombres, puede también unirse al simbolismo del “arca”, es decir, a la preservación de la “semilla de los Vivientes” (Vivientes en sentido eminente y figurado). La desaparición de la tierra sagrada legendaria puede también significar el tránsito a lo invisible, a lo oculto o lo no manifestado, del centro que conserva intacta la espiritualidad primordial no-humana. Según Hesiodo, en efecto, los seres de la primera edad “que jamás han muerto” continuaron existiendo, invisibles, como guardianes de los hombres. A la leyenda de la ciudad, de la tierra o de la isla tragada por las aguas, corresponde frecuentemente la de los pueblos subterráneos o los reinos de las profundidades. Esta leyenda se encuentra en numerosos países. Cuando la impiedad prevaleció sobre la tierra, los supervivientes de las edades precedentes emigraron a una residencia “subterránea” — es decir, invisible — que, por interferencia con el simbolismo de la “altitud” se encuentra amenudo situada sobre montañas. Continuaran viviendo allí hasta el momento en que el ciclo de la decadencia se haya agotado, y les sea posible manifestarse de nuevo. Píndaro dice que la vía que permite alcanzar a los hiperbóreos “no puede ser encontrada ni por mar, ni por tierra” y que es solo a gracias a ella que héroes como Perseo y Hércules, les fue dado sobrevivir. Montezuma, el último emperador mejicano, no pudo alcanzar Atzlan más que tras haber procedido a operaciones mágicas y sufrir la transformación de su forma física. Plutarco refiere que los habitantes del norte podían entrar en relación con Chronos, rey de la edad de oro, y con los habitantes del extremo-septentrión, solo en estado de letargo. Según Li-tze, las regiones maravillosas de las que habla — que hacen refieren tanto a la región ártica, como a la occidental — “no se puede alcanzar ni con barcos, ni con carros, sino solamente mediante el vuelo del espíritu”. En la enseñanza lamaista, en fin, se dice: Shambala, la mística región del norte, “Está en mi espíritu”. Es así como los testimonios relativos a lo que fue la sede real de seres que eran más que humanos, sobrevivieron y tomaron un valor supra-histórico sirviendo simultáneamente como símbolos para estados situados más allá de la vida o bien accesibles solo mediante la iniciación. Más allá del símbolo, aparece pues la idea, ya mencionada, de que el Centro de los orígenes existe aún, aunque esté oculto, y normalmente es inaccesible (como la teología católica misma afirma para el Edén): para las generaciones de la última edad, solo un cambio de estado o de naturaleza abre el acceso. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 4
En segundo lugar, el “misterio de Occidente” corresponde siempre, en la historia del espíritu, a un cierto estadio que ya no es el estadio original, y a un tipo de espiritualidad que — tanto tipológica como históricamente — no puede ser considerado como primordial. Lo que lo define, es el misterio de la transformación, lo que le caracteriza, es un dualismo, y un tránsito discontinuo: una luz nace, otra declina. La trascendencia es “subterránea”. La supranaturaleza no es — como en el estado olímpico — naturaleza: es el fin de la iniciación, objeto de una conquista problemática. Incluso considerada bajo su aspecto general, el “misterio de Occidente” parece pues ser propio de civilizaciones más recientes, cuyas variedades y destinos vamos a examinar ahora. Se relaciona con el simbolismo solar de una forma más estrecha que con el simbolismo “polar”: pertenece a la segunda fase de la tradición primordial. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 4
Hemos llegado así a lo que se ha llamado el Misterio de Occidente: la región occidental considerada como trascendente en relación a la luz sometida a la ley de ascenso y descenso, considerada como residencia del Héroe, como estos Campos Elíseos donde gozan de una vida a imagen de la vida olímpica, es decir del estado primordial. Sobre el plano de las jerarquías y las dignidades tradicionales, corresponde a la iniciación y a la consagración, es decir, a las acciones mediante las cuales son sobrenaturalmente integradas las cualidades puramente guerreras de aquel que, aunque no poseyendo aun la naturaleza olímpica del dominador, debe asumir la función real. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 7
La estructura guerrera de la jerarquuía iniciática mitraica es bien conocida. El anti-telurismo que caracteriza al mitraismo queda atestiguado por el hecho que, contrariamente a los puntos de vista de los adeptos de Serapis e Isis, no situaba la estancia de los liberados en las profundidades de la tierra, sino más bien en las esferas de la pura luz urania, despues de que su tránsito por los diversos planetas les haya enteramente despojado de su carácter terrestre y pasional. Se debe recordar, además, la exclusión significativas de las mujeres — rigurosa y casi general — del culto y de la iniciación mitríacas. Si el principio de la fraternidad se encuentra afirmado, en el ethos de la comunidad mitríaca, junto al principio jerárquico, este ethos era sin embargo netamente opuesto al gusto por la promiscuidad, propia de las comunidades meridionales, así como a la oscura dependencia de la sangre tan característica , por ejemplo, del hebraismo. La fraternidad de los iniciados mitríacos, que tomaban el nombre de “soldados?”, era la fraternidad clara, fuertemente individualizada, que puede existir entre guerreros asociados en una empresa comùn, antes que la que tiene como base mística la caritas. El mismo ethos reaparecerá en Roma, como entre las razas germánicas. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 8
Sobre el plano religioso, el irrealismo está en relación estrecha con la pérdida de la tradición iniciática. Ya hemos tenido ocasión de señalar que a partir de cierta época solo la iniciación aseguraba la participación objetiva del hombre en el supramundo. Pero tras el fin del mundo antiguo, y con el advenimiento del cristianismo, las condiciones necesarias para que la realidad iniciática pueda constituir la referencia suprema de una civilización tradicional, faltaron. En cierta forma, el “espiritualismo mismo fue, a este respecto, uno de los factores que actuaron de forma más negativa: la aparición y la difusión de la extraña idea de la “inmortalidad del alma”, concebida como el destino natural de cada uno, debía volver incomprensible el significado y la necesidad de la iniciación en tanto que operación real, destructora de la naturaleza mortal. A título de sucedáneo, se tuvo el misterio crístico y la idea de la redención en Cristo, donde el tema de la muerte y de la resurrección que derivaba en parte de la doctrina de los Misterios, perdió todo carácter iniciático y se aplicó, degradándose, al mero plano religioso de la fe. De manera general, se trata de una “moral”; de vivir en tanto cuentan sanciones que, según la nueva creencia, pueden castigar al “alma inmortal” en el más allá. Ante la idea imperial medieval que se encontraba relacionada, como se ha visto, con el elemento iniciático, la Iglesia crea una doctrina de los sacramentos, recupera el símbolo “pontificio”, habla de la regeneración, pero la idea de iniciación propiamente dicha seguía siendo opuesta a su espíritu y permaneció sempre ajena a él. La tradición cristiana constituyó, por ello, una anomalía, algo truncado en relación a todas las formas tradicionales completas, comprendido el Islam. El carácter específico del dualismo cristiano actúa así como un potente estimulante de la actitud subjetivista, es decir, irrealista, ante el problema de lo sagrado. Este cesa de plantearse sobre el plano de la realidad de la experiencia trascendente, para convertirse en un problema de fe, un problema afectivo, o, como máximo, objeto de las especulaciones teológicas. Las más altas cumbres de la mística cristiana purificada no impudieron que Dios y los dioses, los ángeles y los demonios, las esencial inteligibles y los cielos, tomasen la forma de mitos: el Occidente cristianizado cesó de reconocerlos en tanto que símbolos de experiencias suprarracionales posibles, de condiciones supraindividuales de existencia, de dimensiones profundas del ser integral del hombre. Ya el mundo antiguo había asistido al tránsito involutivo del simbolismo a la mitología, a una mitología que se convirtió en cada vez más opaca y muda y de la que se apropió lo arbitrario de la fantasía artística. Cuando, más tarde, la experiencia de lo sagrada se redujo a fe, sentimiento y moralismo, y la intuitio intellectualis a un simple concepto de la filosofía escolástica, el irrealismo del espíritu cubrió la casi totalidad del dominio sobrenatural. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 13
Pero es sobre el plano estético donde el proceso de degradación es particularmente visible. Mientras que la primera época se caracterizaba por el ideal de la “virilidad espiritual”, la iniciación y la ética de la superación del lazo humano, mientras que la época de los guerreros descansaba aun sobre el ideal del heroismo, de la historia y del señorío, sobre la ética aristocrática del honor, de la fidelidad y de la caballería, en la época de los mercaderes el ideal se convierte en economía pura, beneficio, la prosperity y la ciencia como instrumento de un progreso técnico-industrial al servicio de la producción de nuevos beneficios, hasta que el advenimiento de los esclavos eleva a la altura de una religión el principio de la esclavitud: el trabajo. El odio del esclavo llega hasta proclamar sádicamente que “quien no trabaja no come”, y su idiotez, glorificándose a sí mismo, fabrica inciensos sagrados con las exhalaciones del sudor humano: “el trabajo eleva al hombre”, “la religión del trabajo”, “el trabajo como deber social y ético”, “el humanismo del trabajo”. Ya hemos visto que el mundo antiguo desdeña el trabajo, porque conoce la acción: la oposición entre la acción y el trabajo, en tanto que oposición entre el polo espiritual, puro y libre, y el polo material, impuro y pesando sobre las posibilidades humanas, estaba en la base de este desprecio. Es la pérdida del sentido de esta oposición, la reducción bestial del primer término al segundo, lo que caracteriza por el contrario, las últimas edades. Y mientras que antiguamente, a través de una transfiguración interior debida a su pureza y a su valor de “ofrenda” orientada hacia lo alto, todo trabajo podía contemplarse como un símbolo de acción, en sentido inverso, en la época de los esclavos, todo resto de acción tiende a degradarse en trabajo. El grado de decadencia de la moral moderna plebeyo-material en relación a la antigua ética aristocrático-sagrada está ilustrada por este tránsito del plano de la acción al del trabajo. Los hombres superiores, incluso en una época relativamente reciente, actuaban o dirigían acciones. El hombre moderno trabaja. Hoy existe solo diferencia entre los diversos géneros de trabajo: hay trabajadores “intelectuales” y los hay que trabajan con sus brazos o mediante la máquina. Al mismo tiempo que la personalidad absoluta, la acción, en el mundo moderno, está en trance de morir. Además, mientras que la antigüedad consideraba como particularmente despreciables, entre las artes retribuidas, las que estaban al servicio del placer — minimaeque artes eas probandae, quae ministrae sunt voluptatum — este es, en el fondo, el tipo de trabajo más considerado hoy: del sabio, del técnico, del hombre político, del sistema racionalizado de la organización productiva, el “trabajo” converge hacia la realización de un ideal de animal humano: una vida más cómoda, más agradable, más segura, el máximo del bienestar y el máximo de confort físico. En el área burguesa, incluso la calaña de los artistas y de los “Creadores”, se identifica prácticamente con esta clase que está al servicio del placer y de las distracciones de cierta capa social, con esta clase de “sirvientes de lujo” que le correspondió en el patriciado romano o entre los señores feudales de la Edad Media. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 14