Guénon Desvios

René Guénon — O reino da quantidade e sinal dos tempos

Desviación y subversión
Hemos considerado la acción antitradicional, por la que, en cierto modo, ha sido «fabricado» el mundo moderno, como constituyendo en su conjunto una obra de desviación en relación al estado normal que es el de todas las civilizaciones tradicionales, cualesquiera que sean por lo demás sus formas particulares; eso es fácil de comprender y no tiene necesidad de comentarios más amplios. Por otra parte, hay que hacer una distinción entre desviación y subversión: la desviación, se podría decir, es susceptible de grados indefinidamente múltiples, de suerte que puede operarse poco a poco y como insensiblemente; tenemos un ejemplo de ello en el paso gradual de la mentalidad moderna desde el «humanismo» y desde el racionalismo al mecanicismo, y después al materialismo, y también en el proceso según el cual la ciencia profana ha elaborado sucesivamente teorías de un carácter cada vez más exclusivamente cuantitativo, lo que permite decir que toda esta desviación, desde su comienzo mismo, ha tendido constantemente a establecer progresivamente el «reino de la cantidad». Pero, cuando la desviación llega a su término extremo, desemboca en una verdadera «inversión», es decir, en un estado que es diametralmente opuesto al orden normal, y es entonces cuando se puede hablar propiamente de «subversión», según el sentido etimológico de esta palabra; bien entendido, esta «subversión» no debe ser confundida de ninguna manera con el «vuelco» del que hemos hablado a propósito del instante final del ciclo, e incluso es exactamente su contrario, puesto que este «vuelco», al venir precisamente después de la «subversión» y en el momento mismo donde ésta parece completa, es en realidad un «enderezamiento» que restablece el orden normal, y que restaura el «estado primordial» que representa su perfección en el dominio humano.

Se podría decir que la subversión, entendida así, no es en suma más que el último grado y la conclusión misma de la desviación, o también, lo que equivale a lo mismo, que la desviación toda entera no tiende en definitiva más que a llevar a la subversión, y eso es verdad en efecto; en el estado presente de las cosas, aunque no se pueda decir todavía que la subversión sea completa, se tienen ya signos muy visibles de ella en todo lo que presenta el carácter de «contrahechura» o de «parodia» al que hemos hecho alusión varias veces, y sobre el que volveremos más ampliamente después. Por el momento, nos limitaremos a hacer destacar, a este respecto, que este carácter constituye, por sí mismo, una marca muy significativa en cuanto al origen real de aquello que está afectado por él, y, por consiguiente, de la desviación moderna misma, cuya naturaleza verdaderamente «satánica» pone bien en evidencia; esta última palabra, en efecto, se aplica propiamente a todo lo que es negación e inversión del orden, y es en efecto eso, sin la menor duda, aquello cuyos efectos podemos constatar alrededor de nosotros; ¿es el mundo moderno mismo otra cosa en suma que la negación pura y simple de toda verdad tradicional? Pero, al mismo tiempo, este espíritu de negación es también, y en cierto modo por necesidad, el espíritu de mentira; reviste todos los disfraces, y frecuentemente los más inesperados, para no ser reconocido por lo que es, para hacerse pasar incluso por todo lo contrario, y es justamente en eso donde aparece la contrahechura; ésta es la ocasión de recordar que se dice que «Satán es el mico de Dios», y también que «se transfigura en ángel de luz». En el fondo, eso equivale a decir que imita a su manera, alterándolo y falseándolo para hacerlo servir a sus fines siempre, eso mismo a lo que quiere oponerse: así, conseguirá que el desorden tome las apariencias de un falso orden, disimulará la negación de todo principio bajo la afirmación de falsos principios, y así sucesivamente. Naturalmente, todo eso no puede ser nunca, en realidad, más que simulacro e incluso caricatura, pero bastante hábilmente presentado como para que la inmensa mayoría de los hombres se dejen engañar por ello; ¿y cómo sorprenderse de ello cuando se ve cuántas supercherías, incluso muy groseras, logran imponerse fácilmente a la muchedumbre, y cuan difícil es, por el contrario, llegar después a desengañar a ésta? «Vulgus vult decipi», decían ya los antiguos de la época «clásica»; ¡y sin duda siempre se han encontrado, aunque nunca hayan sido tan numerosas como en nuestros días, gentes dispuestas a agregar: «ergo decipiatur»!

No obstante, como quien dice contrahechura dice por eso mismo parodia, ya que son casi sinónimos, hay invariablemente, en todas las cosas de este género, un elemento grotesco que puede ser más o menos aparente, pero que, en todo caso, no debería escapar a algunos observadores por poco perspicaces que sean, si todavía las «sugestiones» que sufren inconscientemente no abolieran a este respecto su perspicacia natural. Ese es el lado por el que, la mentira, por hábil que sea, no puede hacer otra cosa que traicionarse; y, bien entendido, eso también es una «marca» de origen, inseparable de la contrahechura en ella misma, que normalmente debe permitir reconocerla como tal. Si se quisieran citar aquí ejemplos tomados entre las manifestaciones diversas del espíritu moderno, no se tendría ciertamente más que el problema de la elección, desde los pseudoritos «cívicos» y «laicos» que han tomado tanta extensión por todas partes en estos últimos años, y que apuntan a proporcionar a la «masa» un substituto puramente humano de los verdaderos ritos religiosos, hasta las extravagancias de un supuesto «naturismo» que, a pesar de su nombre, no es menos artificial, por no decir «antinatural», que las inútiles complicaciones de la existencia contra las cuales tiene la pretensión de reaccionar mediante una irrisoria comedia, cuyo verdadero propósito es, por lo demás, hacer creer que el «estado de naturaleza» se confunde con la animalidad; ¡y ya no queda ni siquiera el simple reposo del ser humano sin que haya acabado por estar amenazado de desnaturalización por la idea contradictoria en sí misma, pero muy conforme con el «igualitarismo» democrático, de una «organización de los ocios»! (Como lo hemos señalado más atrás, hay lugar a agregar que esta «organización de los ocios» forma parte integrante de los esfuerzos que se hacen para obligar a los hombres a vivir «en común» lo más posible.). No mencionamos aquí, con intención, sino hechos que son conocidos por todo el mundo, que pertenecen incontestablemente a lo que se puede llamar el «dominio» público, y que cada uno puede pues constatar sin esfuerzo; ¿no es increíble que los que sienten, no diremos su peligro, sino simplemente su ridículo, sean tan raros que representen verdaderas excepciones? «Pseudoreligión», se debería decir a este propósito, «pseudonaturaleza», «pseudoreposo», y así para tantas otras cosas; si se quisiera hablar siempre estrictamente según la verdad, sería menester colocar constantemente esta palabra «pseudo» delante de la designación de todos los productos específicos del mundo moderno, comprendida ahí la ciencia profana que no es ella misma más que una «pseudociencia» o un simulacro de conocimiento, para indicar lo que todo eso es en realidad: falsificaciones y nada más, y falsificaciones cuyo propósito es muy evidente para aquellos que son todavía capaces de reflexionar.

Dicho esto, volvamos de nuevo a consideraciones de un orden más general: ¿qué es lo que hace esta contrahechura posible, e incluso tanto más posible y tanto más perfecta en su género, si es permisible expresarse así en un parecido caso, cuanto más se avanza en la marcha descendente del ciclo? La razón profunda está en la relación de analogía inversa que existe, así como lo hemos explicado, entre el punto más alto y el punto más bajo; eso es lo que permite realizar concretamente, en una medida correspondiente a aquella en la que uno se acerca al dominio de la cantidad pura, estas suertes de contrahechuras de la unidad principial que se manifiestan en la «uniformidad» y en la «simplicidad» hacia las que tiende el espíritu moderno, y que son como la expresión más completa de su esfuerzo de reducción de todas las cosas al punto de vista cuantitativo. Eso es quizás lo que muestra mejor que la desviación no tiene, por así decir, más que desarrollarse y proseguirse hasta su término para conducir finalmente a la subversión propiamente dicha, ya que, cuando lo más inferior que hay (puesto que se trata de lo que es incluso inferior a toda existencia posible) busca imitar y contrahacer así a los principios superiores y transcendentes, es de subversión de lo que hay lugar a hablar efectivamente. No obstante, conviene recordar que, por la naturaleza misma de las cosas, la tendencia hacia la cantidad pura no puede llegar nunca a producir su pleno efecto; así pues, para que la subversión pueda ser completada de hecho, es menester que algo más intervenga, y podríamos repetir en suma a este propósito, colocándonos solamente en un punto de vista algo diferente, lo que hemos dicho precedentemente sobre el tema de la disolución; en los dos casos, por lo demás, es evidente que se trata igualmente de lo que se refiere al término final de la manifestación cíclica; y es por eso precisamente por lo que el «enderezamiento» del instante último debe aparecer, de la manera más exacta, como una inversión de todas las cosas en relación al estado de subversión en el que se encontraban inmediatamente antes de ese instante mismo.

Teniendo en cuenta la última precisión que acabamos de hacer, se podría decir también esto: la primera de las dos fases que hemos distinguido en la acción antitradicional representa simplemente una obra de desviación, cuya conclusión propia es el materialismo más completo y más grosero; en cuanto a la segunda fase, podría ser caracterizada más especialmente como una obra de subversión (ya que es efectivamente a eso a lo que tiende más directamente), que debe desembocar en la constitución de lo que ya hemos llamado una «espiritualidad al revés», así como la continuación de este estudio lo mostrará todavía más claramente. Las fuerzas sutiles inferiores a las que se hace llamada en esta segunda fase pueden ser calificadas verdaderamente de fuerzas «subversivas» bajo todos los puntos de vista; y hemos podido aplicar también más atrás la palabra de «subversión» a la utilización «al revés» de lo que queda de las antiguas tradiciones que el «espíritu» ha abandonado; por lo demás, en efecto, es siempre de casos similares de lo que se trata en todo eso, ya que esos vestigios corrompidos, en tales condiciones, caen necesariamente por sí mismos en las regiones inferiores del dominio sutil. Vamos a dar otro ejemplo particularmente claro de la obra de subversión, que es la inversión intencional del sentido legítimo y normal de los símbolos tradicionales; por lo demás, será, al mismo tiempo, una ocasión para explicarnos más completamente sobre la cuestión del doble sentido que los símbolos contienen generalmente en sí mismos, y sobre lo cual hemos debido apoyarnos con bastante frecuencia en el curso de la presente exposición como para que no esté fuera de propósito dar sobre ello unas pocas precisiones más.


René Guénon