Guénon Ponto Movimento

René Guénon — AS CONDIÇÕES DE EXISTÊNCIA CORPORAL
VIDE: Ponto; Movimento; Extensão
Ponto e Movimento
Sin embargo, sin la coexistencia de la simultaneidad con la sucesión, el propio movimiento no sería posible, ya que, entonces, o el punto móvil (o al menos lo considerado como tal en el curso de su proceso de modificación) estaría allí donde no es, lo que es absurdo, o no estaría en ninguna parte, lo que significa que no habría actualmente ningún espacio donde el movimiento pudiera producirse de hecho1. A esto se reducen en suma todos los argumentos que han sido emitidos contra la posibilidad del movimiento, especialmente por ciertos filósofos griegos; esta cuestión es, por otra parte, de aquellas que más molestan a los sabios y los filósofos modernos.

Su solución es no obstante muy simple, y reside precisamente, como en otro lugar hemos indicado, en la coexistencia de la sucesión y la simultaneidad: sucesión en las modalidades de la manifestación, en el estado actual, pero simultaneidad en principio, en el estado potencial, lo que hace posible en encadenamiento lógico de las causas y los efectos (estando implícito y contenido en potencia todo efecto en su causa, que no es afectada o modificada en absoluto por la actualización de este efecto)2. Desde el punto de vista físico, la idea de sucesión está vinculada a la condición temporal, y la de la simultaneidad a la condición espacial3; es el movimiento resultante, en cuanto a su paso de la potencia al acto, de la unión o la combinación de estas dos condiciones, lo que concilia (o equilibra) las dos ideas correspondientes, haciendo coexistir, en modo simultáneo desde el punto de vista puramente espacial (que es esencialmente estático) a un cuerpo consigo mismo(siendo conservada esta identidad a través de todas sus modificaciones, contrariamente a la teoría budista de la “disolubilidad total”) en una serie indefinida de posiciones (que son otras tantas modificaciones de este mismo cuerpo, accidentales y contingentes con respecto a lo que constituye su realidad íntima, tanto en substancia como en esencia), posiciones que por otra parte son sucesivas desde el punto de vista temporal (cinético en su relación con el punto de vista espacial)4.

Por otra parte, ya que el movimiento actual supone al tiempo y su coexistencia con el espacio, nos vemos obligados a formular la indicación siguiente: un cuerpo puede moverse siguiendo una u otra de las tres dimensiones del espacio físico, o siguiendo una dirección que combine estas tres dimensiones, pues, sea cual sea en efecto la dirección (fija o variable) de su movimiento, siempre puede reducirse a un conjunto más o menos complejo de componentes dirigidos según los tres ejes de coordenadas a los cuales se refiere el espacio considerado; pero, además, en todos los casos, este cuerpo se mueve siempre necesariamente en el tiempo. Por consiguiente, éste se entenderá como otra dimensión del espacio si se cambia la sucesión en simultaneidad; en otras palabras, suprimir la condición temporal equivale a añadir una dimensión suplementaria al espacio físico, del cual el nuevo espacio así obtenido constituye una prolongación o una extensión. Esta cuarta dimensión corresponde entonces a la “omnipresencia” en el dominio considerado, y por medio de esta transposición en el “no-tiempo” puede concebirse la “permanente actualidad” del Universo manifestado; también mediante ello se explican (subrayando por otra parte que no toda modificación es asimilable al movimiento, que no es más que una modificación exterior de un orden especial) todos los fenómenos a los que se considera vulgarmente como milagrosos o sobrenaturales5, muy erróneamente, puesto que pertenecen todavía al dominio de nuestra individualidad actual (en una u otra de sus modalidades múltiples, ya que la individualidad corporal no constituye más que una muy pequeña parte), dominio cuya concepción del “tiempo inmóvil” nos permite englobar integralmente toda la indefinidad6.

Regresemos a nuestra concepción del punto que ocupa toda la extensión por la indefinidad de sus manifestaciones, es decir, de sus múltiples y contingentes modificaciones; desde el punto de vista dinámico7, éstas deben ser consideradas, en la extensión (de la cual son todos los puntos) como otros tantos centros de fuerza (siendo cada una, potencialmente, el centro mismo de la extensión), y la fuerza no es sino la afirmación (en modo manifestado) de la voluntad del Ser, simbolizado por el punto, siendo tal voluntad, en sentido universal, su potencia activa o su “energía productora” (shakti)8, indisolublemente unida a él, y ejerciéndose en el dominio de la actividad del Ser, es decir, con el mismo simbolismo, sobre la propia extensión considerada pasivamente, o desde el punto de vista estático (como el campo de acción de uno cualquiera de estos centros de fuerza)9. Así, en todas y en cada una de sus manifestaciones, el punto puede ser considerado (con respecto a sus manifestaciones) como polarizándose en modo activo y pasivo, o, si se prefiere, directo y reflejo10; el punto de vista dinámico, activo o directo, corresponde a la esencia, y el punto de vista estático, pasivo o reflejo, corresponde a la substancia11; pero, por supuesto, la consideración de ambos puntos de vista (complementarios uno del otro) en otra modalidad de la manifestación en nada altera la unidad del punto principial (al igual que tampoco el Ser del cual es el símbolo), y esto permite concebir claramente la identidad fundamental de la esencia y la substancia, que son, como hemos indicado en un principio, los dos polos de la manifestación universal.

La extensión, considerada desde el punto de vista substancial, apenas es distinta, en cuanto a nuestro mundo físico, del Eter primordial (Akâsha), en tanto que no se produce por un movimiento complejo que determine una diferenciación formal; pero la indefinidad de las combinaciones posibles de movimientos da nacimiento, en esta extensión, a la indefinidad de las formas, diferenciándose todas, tal como hemos indicado, a partir de la forma esférica original. Es el movimiento lo que, desde el punto de vista físico, constituye el factor necesario de toda diferenciación, luego la condición de todas las manifestaciones formales, y también, simultáneamente, de todas las manifestaciones vitales, estando igualmente sometidas, unas y otras, en el dominio considerado, al tiempo y al espacio, y suponiendo, por otra parte, un “substrato” material sobre el que se ejerce esta actividad, que se traduce físicamente en el movimiento. Es importante comprender que toda forma corporal está necesariamente viva, ya que la vida es, así como la forma, una condición de toda existencia física12; esta vida física implica por lo demás una indefinidad de grados, correspondiendo sus divisiones más generales, desde nuestro punto de vista terrestre al menos, a los tres reinos mineral, vegetal y animal (pero sin que las distinciones entre éstos puedan tener más que un valor relativo)13. De ello resulta que, en este dominio, una forma cualquiera está siempre en un estado de movimiento o de actividad, que manifiesta su vida propia, y solamente por una abstracción conceptual puede ser considerada estáticamente, es decir, en reposo14.



  1. Efectivamente, el punto está en “alguna parte” desde el instante en que está situado o determinado en el espacio (su potencialidad en modo pasivo) para realizarlo, es decir, para hacerlo pasar de la potencia al acto, y es esta misma realización lo que todo movimiento, incluso elemental, presupone necesariamente. 

  2. Leibniz parece haber entrevisto al menos esta solución cuando formuló su teoría de la “armonía preestablecida”, que generalmente ha sido muy mal comprendida por quienes han querido interpretarla. 

  3. Es también por medio de estas dos nociones (ideales cuando se las considera fuera de este punto de vista especializado por el cual se nos hacen sensibles) que Leibniz definió respectivamente al tiempo y al espacio. 

  4. En efecto, es evidente que todas estas posiciones coexisten simultáneamente en tanto que lugares situados en una misma extensión, de la cual no son más que porciones diferentes (y, por otra parte, cuantitativamente equivalentes), todas igualmente susceptibles de ser ocupadas por un mismo cuerpo, que debe ser considerado estáticamente en cada una de estas posiciones cuando se la considera aisladamente en relación con las demás, por un lado, y también, por otro, cuando se las consideran todas, en su conjunto, fuera del punto de vista temporal. 

  5. Hay hechos que parecen inexplicables simplemente porque no se sale de las condiciones ordinarias del tiempo físico para buscar su explicación; así, la reconstitución súbita de los tejidos orgánicos lesionados, que se comprueba en ciertos casos considerados “milagrosos”, no puede ser natural, se dice, porque es contraria a las leyes fisiológicas de la regeneración de estos tejidos, la cual se opera por generaciones (o biparticiones) múltiples y sucesivas de las células, lo que necesariamente exige la colaboración del tiempo. En principio, no está demostrado que una reconstitución de este género, por súbita que sea, sea realmente instantánea, es decir, que no precise efectivamente de ningún tiempo para producirse, y es posible que, en ciertas circunstancias, la multiplicación de las células sea simplemente mucho más rápida de lo que lo es en los casos normales, hasta el punto de no exigir más que una duración menor a toda medida apreciable a nuestra percepción sensible. Después, admitiendo incluso que verdaderamente se trate de un fenómeno instantáneo, es posible que, bajo ciertas condiciones particulares, distintas a las ordinarias, pero no obstante no por ello menos naturales, este fenómeno se produzca en efecto fuera del tiempo (lo que implica la “instantaneidad” en cuestión, que, en los casos considerados, equivale a la simultaneidad de las biparticiones celulares múltiples, o al menos así se traduce en su correspondencia corporal o fisiológica), o, si se prefiere, en el “no-tiempo”, mientras que, en condiciones ordinarias, se cumple en el tiempo. No habría ya ningún milagro para quien pudiera comprenderlo en su verdadero sentido y resolver esta cuestión, mucho más paradójica en apariencia que en realidad: “¿Cómo, viviendo en el presente, puede hacerse que un acontecimiento cualquiera que se ha producido en el pasado no haya tenido lugar?” Es esencial señalar que esto (que no es más imposible a priori que impedir en el presente la realización de un hecho en el futuro, puesto que la relación de sucesión no es una relación causal) no supone en absoluto un retorno al pasado en tanto que tal (retorno que sería una imposibilidad manifiesta, como igualmente lo sería un transporte al futuro en tanto que tal), puesto que evidentemente no existe ni pasado ni futuro con respecto al “eterno presente”. 

  6. A tal propósito, podemos añadir aquí una observación sobre la representación numérica de esta indefinidad (considerada aún como símbolo espacial): la línea es medida, es decir, representada cuantitativamente por un número a la primera potencia; como su medida se efectúa por otra parte según la división decimal tomada como base, puede plantearse que a= 10 n. Se tendrá entonces para la superficie: a2 = 100 n2, y para el volumen: a3 = 1.000 n3; para la extensión de cuatro dimensiones, será necesario añadir un nuevo factor a, de lo que resultará a4 = 10.000 n4. Por otra parte, se puede decir que todas las potencias de 10 están contenidas virtualmente en su cuarta potencia, al igual que el Denario, manifestación completa de la Unidad, está contenido en el Cuaternario. 

  7. Es importante destacar que “dinámico” no es en absoluto sinónimo de “cinético”; el movimiento puede ser considerado como la consecuencia de una cierta acción de la fuerza (haciendo así esta acción mensurable, mediante una traducción espacial que permite definir su “intensidad”), pero no puede identificarse con esta fuerza; por otra parte, bajo otras modalidades y otras condiciones, la fuerza (o la voluntad) en acción produce evidentemente algo distinto al movimiento, ya que, como hemos indicado anteriormente, éste no constituye sino un caso particular entre la indefinidad de modificaciones posibles comprendidas en el mundo exterior, es decir, en el conjunto de la manifestación universal. 

  8. Esta potencia activa puede, por lo demás, ser considerada bajo diferentes aspectos: como poder creador, es más particularmente llamada Kriyâ-shakti, mientras que Jnâna-shakti es el poder de conocimiento, Ichchâ-shakti el poder del deseo, etc., considerando la indefinida multiplicidad de los atributos manifestados del Ser en el mundo exterior, pero sin fraccionar por ello en absoluto, en la pluralidad de estos aspectos, la unidad de la Potencia Universal en sí, que necesariamente es correlativa de la unidad esencial del Ser, y está implícita en esta misma unidad. En el orden psicológico, esta potencia activa está representada por Ishâ, (formada por las partículas alef, shin, hei), “facultad volitiva” de Ish, el “hombre intelectual” (formada por las partículas alef, iud, shin). (Ver Fabre d’Olivet, La Langue hébraïque restituée). 

  9. La Posibilidad Universal, entendida, en su unidad integral (aunque, por supuesto, solamente en cuanto a las posibilidades de manifestación), como el aspecto femenino del Ser (cuyo aspecto masculino es Purusha, que es el Ser mismo en su identidad suprema y “no actuante”) se polariza en potencia activa (shakti) y potencia pasiva (Prakriti). 

  10. Sin embargo, esta polarización permanece potencial (luego ideal, y no sensible) en tanto que no consideremos el actual complementarismo entre el Fuego y el Agua (cada uno de los cuales permanece por lo demás igualmente polarizado en potencia); hasta ahora, los dos aspectos activo y pasivo no pueden ser disociados más que excepcionalmente, puesto que el aire es todavía un elemento neutro. 

  11. Para cualquier punto de la extensión, el aspecto estático es reflejo con respecto al aspecto dinámico, que es directo en tanto que participa inmediatamente de la esencia del punto principial (lo que implica una identificación), pero que, no obstante, es él mismo reflejo con respecto a este punto considerado en sí, en su indivisible unidad; jamás debe perderse de vista que la consideración de la actividad y de la pasividad no implica más que una relación o una analogía entre dos términos considerados como recíprocamente complementarios. 

  12. Es evidente por esto mismo que, recíprocamente, la vida, en el mundo físico, no puede manifestarse de otro modo que en las formas; pero esto nada prueba contra la posible existencia de una vida informal fuera de este mundo físico, aunque, no obstante, no sea por ello legítimo considerar a la vida misma en toda la indefinidad de su extensión como siendo algo más que una posibilidad contingente comparable a las demás, e interviniendo, del mismo modo que éstas, en la determinación de ciertos estados individuales de los seres manifestados, estados que proceden de ciertos aspectos especializados y refractados del Ser Universal. 

  13. Es imposible determinar los caracteres que permitan establecer distinciones claras y precisas entre los tres reinos, que parecen unirse especialmente en sus formas más elementales, en cierto modo embrionarias. 

  14. Se ve suficientemente con ello lo que debe pensarse, desde el punto de vista físico, del pretendido “principio de la inercia de la materia”: la materia verdaderamente inerte, es decir, despojada de toda atribución o propiedad actual, luego indistinta e indiferenciada, pura substancia pasiva y receptiva sobre la cual se ejerce una actividad de la que no es la causa, no es, lo repetimos, concebible en tanto que se considere separadamente de esa actividad de la cual es el “substrato” y de la que obtiene toda su realidad actual; y es esta actividad (a la cual no se opone, para ofrecerle un soporte, sino por efecto de una reflexión contingente que no le otorga ninguna realidad independiente) lo que, por reacción (en razón de esa misma reflexión), constituye, en las especiales condiciones de la existencia física, el lugar de todos los fenómenos sensibles (así como por otra parte otros fenómenos que no entran en los límites de la percepción de nuestros sentidos), el medio substancial y plástico de todas las modificaciones corporales. 

René Guénon