IBN ARABI — SABEDORIA DOS PROFETAS
Encontrado na Internet sem referência ao tradutor do francês (Titus Burckhardt) para o espanhol
Em português, nossa tradução da versão de Burckhardt, por parágrafos com anotações: §1, §2, §3, §4, §5, §6, §7
Sabe que Aquel que es llamado Allah es uno en Esencia y todo por Sus nombres, y que ningún ser condicionado se une (como tal) a Dios sino por su propio Señor (rabb) exclusivamente; pues es imposible que la totalidad (de los Nombres o aspectos divinos) se refiera al ser particular. En cuanto a la Unidad (al-ahadiyah) divina, nada participa de ella, pues no se puede sino designar sus aspectos; no está sujeta a distinción. La unidad de Dios integra la totalidad (de los Nombres o Cualidades) en la indiferenciación principial.
El “bienaventurado” (as-sa’îd) es aquel que es “grato a su Señor” (Corán, XIX, 55); ahora bien, no existe nadie de quien su propio Señor no esté satisfecho, pues es por él (a saber, por el ser relativo) que su señorío subsiste; todo ser es entonces “aceptado” por su Señor y (bajo este aspecto) cada uno es “bienaventurado”. Ésta es la razón por la cual Shal at-Tostarî dice: “El Señorío (divino, ar-rubû-biyah) implica un secreto, y este secreto eres tú mismo” -se dirige a todo individuo-, “si pudiera manifestarse (es decir, si pudiera ser conocido por otro), el Señorío sería abolido”1; él dice: “Si pudiera manifestarse…”, porque, de hecho, jamás se manifiesta, de forma que el Señorío no puede ser suprimido. Pues ningún individuo existe independientemente de su Señor (que es la “polarización del Acto divino con respecto a él); por otra parte, este individuo existe perpetuamente (es decir, a través de todas las existencias formales, hasta lo indefinido, pero no eternamente), de modo que el Señorío (que se funda en él) subsiste igualmente a perpetuidad.
Aquel que es (en principio) aceptado por su señor es amado por él; y todo lo que hace el amado es igualmente amado; todo place entonces al Señor; pues el individuo no podría actuar si la acción no perteneciera al Señor que actúa en él. Es por ello que el individuo (que conoce a su Señor) “se apacigua”, confiando en que ninguna acción le será atribuida, y está satisfecho de aquello que a través de él se manifiesta de las acciones de su Señor2, a Quien placen estas acciones, pues todo autor está satisfecho de su obra, ya que consuma su obra según lo que ésta exige por su naturaleza; (tal como se dice en el Corán): “Él dio a cada cosa su forma, y luego la guió” (XX, 50), es decir, después Él reveló que es Él Quien da a cada cosa su naturaleza, de manera que no podría ser ni más ni menos (que lo que es).
“Ismael fue grato a su Señor” (Corán, XIX, 55), porque había reconocido lo que acabamos de explicar. De igual forma, todo ser existente es (en principio) grato a su Señor, sin que ello implique necesariamente que cada uno sea grato al Señor de otro, pues el Señorío no se define sino con respecto a cada uno en particular (ya que es la relación “personal” del individuo hacia Dios), de modo que no concierne a Dios sino según uno de Sus aspectos, que corresponde a la predisposición (isti’dâd) del individuo; es éste el “Señor” de tal individuo particular. Ningún (ser particular) se vincula (como tal) a Dios en virtud de Su Unidad (suprema). A causa de ello, los hombres de Dios no pueden recibir “revelación” (tajallî) en la Unidad (al-ahadiyah); pues si tu Le contemplas por Él mismo, es Él quien Se contempla a Sí mismo; jamás deja entonces de ser Él mismo contemplándoSe por Sí mismo; si tú Le contemplas por ti, la Unidad deja de ser la Unidad; y si tú Le contemplas por Él y por ti, la Unidad cesa igualmente de ser lo que es, puesto que el pronombre de la segunda persona supone que hay ahí otra cosa además de lo contemplado; necesariamente habrá una relación cualquiera y, por consiguiente, una dualidad entre el contemplador y lo contemplado, de donde la cesación de la Unidad, aunque no exista (en principio) sino Él, que Se contempla a Sí mismo, pues tu sabes bien que ni el contemplador ni lo contemplado es “otro que Él”.
Por ello, no es posible que el individuo “grato a su Señor” sea grato (a Dios) de modo absoluto3, a menos que todo lo que manifiesta provenga del Señor complacido, que actúa en él4.
Es así que Ismael se distingue de otros individuos porque se dice de él que “era grato a su Señor”.
Ocurre lo mismo con toda alma “apaciguada” a la cual se dirige la sentencia (coránica): “Vuelve a tu Señor”: “¡Oh, tú, alma tranquila, vuelve a tu Señor, satisfecha, complacida! ¡entra junto a Mis servidores! ¡entra en Mi Paraíso!” (LXXXIX, 27), es decir: regresa al Señor que antaño te llamó y que tú has reconocido de entre la totalidad (de los aspectos divinos) -“satisfecha, complacida, entra junto a Mis servidores”- adorándoMe en esta estación espiritual; pues en el número de los servidores de quienes aquí se habla está cualquiera que haya reconocido a su Señor, se basta con Él y no se vuelve hacia el Señor de otro servidor5, reconociendo eminentemente la Unidad esencial (de todos los seres); -“y entra en Mi paraíso (jannah)”-, es decir, en Mi velo (la palabra jannah, que significa “jardín” y “paraíso”, implica el sentido de “ocultar”), no siendo este paraíso sino tú mismo, pues tú eres quien Me vela por esa naturaleza humana; Yo no soy conocido más que por ti, del mismo modo que tú no existes sino por Mí; quien te conoce Me conoce, aunque nadie (aparte de Mí) Me conozca (esencialmente), de forma que tú tampoco eres conocido por nadie. Ahora bien, si tú entras en Su paraíso, entras por ello en ti mismo, y te conocerás a ti mismo con otro conocimiento, diferente de aquel que te hizo conocer a tu Señor (conociendo tu alma), de forma que poseerás dos conocimientos: conocerás a Dios con respecto a ti, y Le conocerás por ti mismo en tanto que Él es Él, y no en tanto que tú existes.
El “señor” de tal individuo no es entonces otra cosa que la “persona”, según el sentido del término escolástico persona, es decir, la realidad esencial de la cual el individuo es su expresión efímera. ↩
Lo que significa que la beatitud del alma consiste en la conformidad consciente con su esencia. ↩
Puesto que no existe sino en virtud de una “relación” divina particular, que es su razón de ser como individuo; así, el término humano de esta relación es negado por otras “relaciones” divinas, al igual que lo finito como tal es negado por lo infinito. ↩
De manera que esté integrado en su cualidad esencial, que no puede estar en contradicción con las demás Cualidades divinas, ya que las Cualidades divinas no se contradicen sino en sus efectos. Al-Qashâni explica que el individuo así conforme a su señor está por ello conforme al Señor universal y se identifica con el Hombre perfecto. ↩
Porque el Señorío divino supone una relación personal única, que por definición se sitúa fuera de toda comparación “horizontal” con otros seres. ↩