Coomaraswamy (Budismo) – transitoriedade, impermanência

La transitoriedad [anicca] es la inexorable, fundamental y despiadada ley de toda existencia.

“Hay cinco cosas que ningún samana, ningún brahmán y ningún dios, sea Mara o Brahma, ni ningún ser del universo, pueden hacer. ¿Cuáles son estas cinco cosas? Que aquello que está sujeto a la edad no envejezca, que lo que está sujeto a la enfermedad no enferme, que lo que está sometido a la muerte no muera, que lo que está sujeto al deterioro no se deteriore y que lo que está obligado a desaparecer no desaparezca. Esto no puede hacerlo ningún samana, ni dios, sea Mara o Brahma, ni ningún ser del universo.”

Así como el pensamiento brahmánico acepta la eternidad temporal del Samsara, la eterna sucesión y coincidencia de evolución e involución, y una eterna sucesión de Brahmas pasados y futuros, así también Gautama acentúa -y quizá con un acento más especial- la sucesión eterna de la Transformación. La siguiente estrofa ha sido llamada la confesión de fe budista y aparece con mayor frecuencia que cualquier otro texto en las inscripciones budistas de la India:

De aquellas condiciones que surgen de una causa Ésta la enseñó el Tathagata;
Y la forma de suprimirlas También la enseñó el gran Samana.

Cuán esencial para el budismo es la doctrina de la sucesión eterna de las causas lo demuestra el hecho de que a menudo se hable de ella como de el evangelio:

“Os enseñaré el Dhamma“, dice Gautama. “Estando aquello presente, esto sucede; de la aparición de aquello, surge esto. Estando aquello ausente, esto no sucede; de la cesación de aquello, cesa esto” (Majjhima Nikaya, II).

Leemos además que “el análisis del Dhamma es el conocimiento acerca de las condiciones” (Vibhanga).

Lo que él enseñaba tenía el objeto de evitar las dos doctrinas extremas del realismo y del nihilismo, la creencia en el ser fenoménico y la creencia de que no existe ningún proceso fenoménico. “Todo es: éste, oh Kaccana, es un punto de vista extremo. Todo no es: es el segundo de los extremos. Evitando ambos el Tathagata enseña la Norma del Medio”. Esta doctrina del Medio afirma que todo es una Transformación, un flujo sin comienzo (primera causa) ni fin; no hay un momento estático en que esta transformación alcance el estado de ser; apenas podemos concebirlo por los atributos del nombre y la forma cuando se ha transmigrado o cambiado en otra cosa. En lugar de un individuo hay una sucesión de instantes de conciencia.

“Para hablar con rigor, la duración de la vida de un ser viviente es en extremo breve y dura apenas lo que un pensamiento. Así como la rueda de un carro se apoya sobre un solo punto al rodar y cuando se detiene lo hace sobre un punto, exactamente de la misma manera la vida de un ser vivo dura sólo el lapso de un pensamiento. Tan pronto como éste terminó, se dice que ha cesado el ser viviente.

“Como se ha dicho:
“El ser de un momento pasado del pensamiento ha vivido, pero no vive ni vivirá.
“El ser de un momento futuro del pensamiento vivirá, pero no ha vivido ni vive.
“El ser del momento presente del pensamiento vive, pero no ha vivido ni vivirá.” (Visuddi Magga, cap. VIII)

Nos engañamos si nos permitimos creer que habrá jamás una pausa en el flujo de las transformaciones, un lugar de descanso donde se alcance la existencia real, siquiera durante el período más breve. Sólo cerrando los ojos ante la sucesión de los acontecimientos llegamos a hablar de cosas más bien que de procesos. La velocidad o lentitud de éstos no afecta la generalización. Consideremos un niño, un joven, un hombre y un viejo; ¿cuándo existió cualquiera de ellos? Hubo un organismo que había sido un infante y estaba convirtiéndose en un niño; que había sido un niño y se convertía en un joven, y siempre así. La semilla se vuelve retoño, éste se hace árbol que a su vez deja caer las semillas. Sólo mediante la continuidad y por la observación del proceso de la Transformación podemos identificar al viejo con el infante, al árbol con la semilla; pero el viejo no es (idéntico a) el niño, ni el árbol (a) la semilla. La sustancia de nuestros cuerpos, y no menos la composición de nuestras almas, cambia de momento en momento. El hecho de que demos a tales individuos un nombre y una forma es una convención pragmática y no la prueba de una realidad interior. Toda vida es orgánica y la esencia de su existencia es una continuidad de cambios, cada uno de los cuales está determinado en forma absoluta por condiciones preexistentes.

Ananda Coomaraswamy