René Guénon — CONDIÇÕES DA EXISTÊNCIA CORPORAL
VIDE: AKASHA
O ELEMENTO ÉTER
1, el Akâsha, el Éter, que es considerado como el elemento más sutil y del que proceden todos los demás (formando, con respecto a su unidad primordial, un cuaternario de manifestación), ocupa todo el espacio físico, tal como hemos indicado1; no obstante, no es inmediatamente por él como este espacio es percibido, y su cualidad particular no es la extensión, sino el sonido; esto precisa de algunas aclaraciones. En efecto, el Éter, considerado en sí mismo, es primitivamente homogéneo; su diferenciación, que engendra a los restantes elementos (comenzando por el Aire) tiene por origen un movimiento elemental que se produce, a partir de un punto inicial cualquiera, en ese medio cósmico indefinido. Tal movimiento elemental es el prototipo del movimiento vibratorio de la materia física; desde el punto de vista espacial, se propaga alrededor de su punto de partida de modo isótropo, es decir, mediante ondas concéntricas, en un vórtice helicoidal que sigue todas las direcciones del espacio, lo que constituye la figura de una esfera indefinida que jamás se cierra. Para indicar las relaciones que ligan entre sí a las diferentes condiciones de la existencia corporal, tal como las hemos enumerado anteriormente, añadiremos que esta forma esférica es el prototipo de todas las formas: ella las contiene a todas en potencia, y su primera diferenciación en modo polarizado puede ser representada por la figura del Yin-yang, lo que es fácil de entender si nos referimos, por ejemplo, a la concepción simbólica del Andrógino de Platón2.
El movimiento, incluso elemental, supone necesariamente el espacio, así como el tiempo, y se puede decir que es en cierto modo la resultante de estas dos condiciones, puesto que necesariamente depende de ellas, al igual que el efecto depende de la causa (en la cual está implícito en potencia)3; pero no es el movimiento elemental, por sí mismo, lo que nos da inmediatamente la percepción del espacio (o más exactamente de la extensión). En efecto, es importante considerar que, cuando hablamos del movimiento que se produce en el Éter en el origen de toda diferenciación, no se trata exclusivamente sino del movimiento elemental, al que podemos llamar movimiento ondulatorio o vibratorio simple (de longitud de onda y de período infinitesimales) para indicar su modo de propagación (que es uniforme en el espacio y en el tiempo), o más bien la representación geométrica de éste; es solamente considerando los restantes elementos como podemos entender las complejas modificaciones de este movimiento vibratorio, modificaciones que corresponden para nosotros a diversos órdenes de sensaciones. Esto es muy importante, puesto que precisamente sobre este punto se apoya toda la distinción fundamental entre las cualidades propias del Éter y las del Aire.
Debemos preguntarnos ahora cuál es, entre las sensaciones corporales, la que nos presenta el tipo sensible del movimiento vibratorio, la que nos lo hace percibir en modo directo, sin pasar por una u otra de las diversas modificaciones de las que es susceptible. Ahora bien, la física elemental nos enseña que estas condiciones son cumplidas por la vibración sonora, cuya longitud de onda está comprendida, al igual que su velocidad de propagación4, en los límites apreciables por nuestra percepción sensible; se puede decir entonces, por consiguiente, que es el sentido del oído lo que percibe directamente el movimiento vibratorio. Aquí se objetará sin duda que no es la vibración etérica lo que es percibido en modo sonoro, sino la vibración de un medio gaseoso, líquido o sólido; no es menos cierto que es el Éter lo que constituye el medio original de propagación del movimiento vibratorio, el cual, para entrar en los límites de perceptibilidad que corresponden a la extensión de nuestra facultad auditiva, solamente debe ser amplificado por su propagación a través de un medio más denso (materia ponderable), sin por ello perder su carácter de movimiento vibratorio simple (aunque su longitud de onda y su período no sean ya entonces infinitesimales). Para manifestar así la cualidad sonora, es preciso que este movimiento la posea ya en potencia (directamente)5 en su medio original, el Éter, luego, consecuentemente, esta cualidad, en estado potencial (de indiferenciación primordial) constituye su naturaleza característica con respecto a nuestra sensibilidad corporal6.
Por otra parte, si recordamos cuál de los cinco sentidos es aquel en el que el tiempo nos es más particularmente manifiesto, es fácil darse cuenta de que se trata del sentido del oído; éste es por lo demás un hecho que puede ser verificado experimentalmente por todos aquellos que están habituados a controlar el origen respectivo de sus diversas percepciones. La razón por la cual esto es así consiste en lo siguiente: para que el tiempo pueda ser percibido materialmente (es decir, entrar en relación con la materia, en lo que concierne especialmente a nuestro organismo corporal), es preciso que se haga susceptible de ser medido, pues éste es, en el mundo físico, un carácter general de toda cualidad sensible (cuando se la considera en tanto que tal)7; ahora bien, el tiempo no puede ser directamente percibido por nosotros, ya que no es divisible en sí mismo, y no podemos concebir la medida sino por la división, al menos de una forma normal y sensible (pues, no obstante, se pueden concebir otros modos de medida, como la integración, por ejemplo). El tiempo no será entonces mensurable en tanto no se exprese en función de una variable divisible, y, como más adelante veremos, esta variable no puede ser más que el espacio, siendo la divisibilidad una cualidad esencialmente inherente a éste. Por lo tanto, para medir el tiempo nos es necesario considerarlo en tanto que entra en relación con el espacio, con el que se combina en cierto modo, y el resultado de esta combinación es el movimiento, en el cual el espacio recorrido, siendo la suma de una serie de desplazamientos elementales considerados en modo sucesivo (es decir, precisamente en la condición temporal) está en función8 del tiempo empleado en recorrerlo; la relación existente entre este espacio y este tiempo expresa la ley del movimiento considerado9. A la inversa, el tiempo podrá entonces expresarse en función del espacio, invirtiendo la relación considerada anteriormente existente entre ambas condiciones en un movimiento determinado; esto implica considerar a este movimiento como una representación espacial del tiempo. La representación más natural será aquella que se traduzca numéricamente por la función más simple; será entonces un movimiento oscilatorio (rectilíneo o circular) uniforme (es decir, de velocidad o de período oscilatorio constante), que puede ser entendido como una especie de amplificación (implicando, por otra parte, una diferenciación con respecto a las direcciones del espacio) del movimiento vibratorio elemental; puesto que tal es también el carácter de la vibración sonora, se comprende inmediatamente con ello que sea el oído lo que, entre los sentidos, nos ofrezca especialmente la percepción del tiempo.
Es preciso ahora que señalemos que, si el espacio y el tiempo son condiciones necesarias del movimiento, no son en absoluto sus causas primeras; en sí mismos son efectos, por medio de los cuales se manifiesta el movimiento, otro efecto más (secundario con respecto a los anteriores, que en este sentido pueden ser considerados como causas inmediatas, ya que es condicionado por ellos) de las causas esenciales, que contienen potencialmente la integralidad de todos sus efectos, y que se sintetizan en la Causa total y suprema, concebida como la Potencia Universal, ilimitada e incondicionada10. Por otra parte, para que el movimiento pueda realizarse en acto, es preciso que algo sea movido, o, dicho de otro modo, una substancia (en el sentido etimológico de la palabra)11 sobre la cual se ejerza; lo que es así movido es la materia, que no interviene en la producción del movimiento más que como una condición puramente pasiva. Las reacciones de la materia sometida al movimiento (puesto que la pasividad implica siempre una reacción) desarrollan en ella las diferentes cualidades sensibles, que, como ya hemos dicho, corresponden a los elementos cuyas combinaciones constituyen esa modalidad de la materia que conocemos (en tanto que objeto, no de percepción, sino de pura concepción)12) como el “substrato” de la manifestación física. En este dominio, la actividad no es entonces inherente a la materia y espontánea en ella, sino que le pertenece, de una forma refleja, en tanto que esta materia coexiste con el espacio y con el tiempo, y es esta actividad de la materia en movimiento la que constituye, no la vida en sí misma, sino la manifestación de la vida en el dominio que consideramos. El primer efecto de esta actividad es el de dar forma a esta materia, ya que es necesariamente informe en tanto que está en el estado homogéneo e indiferenciado, que es el del Éter primordial; es solamente susceptible de tomar todas las formas que están potencialmente contenidas en la extensión integral de su posibilidad particular13. Se puede decir entonces que es también el movimiento lo que determina la manifestación de la forma en modo físico o corporal; y, al igual que toda forma procede por diferenciación de la forma esférica primordial, todo movimiento puede reducirse a un conjunto de elementos de los cuales cada uno es un movimiento vibratorio helicoidal, que no se diferenciará del vórtice esférico elemental en tanto el espacio no sea considerado como isótropo.
Hemos debido considerar el conjunto de las cinco condiciones de la existencia corporal, y deberemos volver sobre ello, desde puntos de vista diferentes, a propósito de cada uno de los cuatro elementos de los que nos queda por estudiar sus respectivos caracteres.
“El Éter, que está extendido por todas partes, penetra al mismo tiempo el exterior y el interior de las cosas” (cita de Sankara, en Le Démiurge, cap. I, 1a parte del presente volumen). ↩
Esto podría también apoyarse en diversas consideraciones de orden embriológico, pero nos apartaría demasiado de nuestro tema, por lo que no podemos hacer más que indicar simplemente este punto de pasada. ↩
Sin embargo, es evidente que el movimiento no puede comenzar, en las condiciones espacial y temporal que hacen posible su producción, más que bajo la acción (actividad exteriorizada en modo reflejo) de una causa principial que es independiente de estas condiciones (ver más adelante). ↩
La velocidad, en un movimiento cualquiera, es la relación, en cada instante, entre el espacio recorrido y el tiempo empleado en recorrerlo; y, en su fórmula general, esta relación (constante o variable según el movimiento sea o no uniforme) expresa la ley determinante del movimiento considerado (ver más adelante). ↩
También posee en potencia las demás cualidades sensibles, aunque indirectamente, puesto que no puede manifestarlas, es decir, producirlas en acto, más que mediante complejas modificaciones diferentes (la amplificación no constituye, por el contrario, sino una modificación simple, la primera de todas). ↩
Por otra parte, esta misma cualidad sonora pertenece igualmente a los otros cuatro elementos, no ya como cualidad propia o característica, sino en tanto que todos proceden del Éter; cada elemento, derivando inmediatamente del que le precede en la serie que indica el orden de su desarrollo sucesivo, es perceptible a los mismos sentidos que éste, y, además, a otro sentido que corresponde a su propia naturaleza particular. ↩
Este carácter es tal por la presencia de la materia entre las condiciones de la existencia física; pero, para realizar la medida, debemos referir todas las demás condiciones al espacio, como vemos aquí en lo referente al tiempo; medimos a la propia materia por división, y no es divisible sino en tanto que es extensa, es decir, en tanto que está situada en el espacio (ver más adelante la demostración del absurdo de la teoría atomista). ↩
En el sentido matemático de una cantidad variable que depende de otra. ↩
Ésta es la fórmula de la velocidad, de la que ya hemos hablado y que, considerada en cada instante (es decir, en las variaciones infinitesimales del tiempo y el espacio), representa la derivada del espacio con respecto al tiempo. ↩
Esto está muy claramente expresado en el simbolismo bíblico: en lo que concierne a la aplicación cosmogónica especial del mundo físico, Qaïn (“el fuerte y potente transformador, aquel que centraliza y asimila”) corresponde al tiempo, Habel (“el dulce y pacífico liberador, quien libra y sosiega, quien evapora, quien fue el centro”), al espacio, y Sheth (“la base y el fondo de las cosas”) al movimiento (ver los trabajos de Fabre d’Olivet). El nacimiento de Qaïn precede al de Habel, es decir, la manifestación perceptible del tiempo precede (lógicamente) a la del espacio, al igual que el sonido es la primera de las cualidades sensibles; la muerte de Habel en manos de Qaïn representa entonces la destrucción aparente, en la exterioridad de las cosas, de la simultaneidad por parte de la sucesión; el nacimiento de Sheth es consecutivo a esta muerte, está como condicionado por aquello que representa, y no obstante Sheth, o el movimiento, no procede de Qaïn y Habel, o del tiempo y el espacio, aunque su manifestación sea una consecuencia de la acción del uno sobre el otro (considerando entonces al espacio como pasivo respecto al tiempo); como ellos, nace del propio Adam, es decir, procede tan directamente como ellos de la exteriorización de las potencias del Hombre Universal, quien, como dice Fabre d’Olivet, lo ha “generado por medio de su facultad asimiladora y su sombra reflejada”. El tiempo, en sus tres aspectos de pasado, presente y futuro, une entre sí todas las modificaciones, consideradas en tanto que sucesivas, de cada uno de los seres a quienes conduce, a través de la Corriente de las Formas, hacia la Transformación final; así, Shiva, bajo el aspecto de Mahâdêva, con sus tres ojos y esgrimiendo el trishûla (tridente), se mantiene en el centro de la Rueda de las Cosas. El espacio, producido por la expansión de las potencialidades de un punto principial y central, hace coexistir en su unidad la multiplicidad de las cosas, que, consideradas (exterior y analíticamente) como simultáneas, están todas contenidas en él y penetradas por el Éter, que todo lo abarca; del mismo modo, Vishnú, en su aspecto de Vâsudêva, manifiesta las cosas, las penetra en su esencia íntima a través de múltiples modificaciones, repartidas en la circunferencia de la Rueda de las Cosas, sin que la unidad de su Esencia suprema sea alterada (cf. Bhagavad-Gita, X). En fin, el movimiento, o de toda modificación o diversificación en lo manifestado, ley cíclica y evolutiva, que manifiesta Prajâpati, o Brahma considerado en tanto que “Señor de las Criaturas”, al mismo tiempo que es “el Substanciador y el Sustentador orgánico”. ↩
Y no en el sentido en el que lo entiende Spinoza. ↩
Cf. el dogma de la “Inmaculada Concepción” (ver “Páginas dedicadas a Sahaïf Ataridiyah”, por Abdûl-Hâdi, en La Gnose, enero de 1911, p. 35. ↩
Ver Le Démiurge, aquí mismo, cap. I, 1a parte (cita del Vêda). ↩