Schuon Marta e Maria

Frithjof Schuon — Marta e Maria
Se imponen aquí algunas palabras sobre la prioridad de la contemplación. El Islam, como es sabido, define esta función suprema del hombre con el hadith sobre el ihsân, el cual ordena “adorar a Alláh como si Lo vieras”, dado que “si tú no Lo ves, Él sin embargo te ve”; el Cristianismo, por su parte, enuncia en primer lugar el amor total a Dios y a continuación el amor al prójimo; este segundo amor -hay que insistir en ello en interés del primero- no puede ser total, puesto que el amor a nosotros mismos no lo es; el hombre -ego o alter- no es Dios. (28) Sea como fuere, de todas las definiciones tradicionales de la función suprema del hombre resulta que aquél que es capaz de contemplación no tiene ningún derecho a descuidarla, que es, por el contrario, “llamado” a consagrarse a ella, es decir, que no peca contra Allah ni contra el prójimo -por decir lo menos- siguiendo el ejemplo evangélico de María y no el de Marta, pues la contemplación contiene a la acción y no inversamente; si la acción puede oponerse de hecho a la contemplación, no se le opone sin embargo en principio, como tampoco se impone fuera de lo necesario o de los deberes de estado. En la humildad no hay que rebajar con nosotros a cosas que nos sobrepasan, pues entonces nuestra virtud pierde todo su valor y todo su sentido; reducir la espiritualidad a un “humilde” utilitarismo -y, por tanto, a un materialismo larvado- es una injuria hecha a Allah, por una parte porque parece que se diga que Allah no merece que uno se preocupe demasiado exclusivamente de Él, y, por otra, porque se relega este don divino que es la inteligencia a la categoría de las cosas superfluas. Compreender o Islã 4

(54) El sentimentalismo con que se rodea a las virtudes facilita su falsificación; para muchos, la humildad es el desprecio de una inteligencia que se posee. El diablo se ha apoderado de la caridad y ha hecho de ella un utilitarismo demagógico y sin Allah y un argumento contra la contemplación como si Cristo hubiera apoyado a Marta en contra de María. La humildad se convierte en bajeza y la caridad en materialismo; de hecho, esta virtud quiere suministrar la prueba de que se puede prescindir de Allah. Compreender o Islã 5

A la cuestión «qué es el pecado», se puede responder en principio que este término se refiere a dos dimensiones o a dos planos: el primero de estos planos exige «obedecer los mandamientos», y el segundo, según las palabras de Cristo al joven rico, exige «seguirme», es decir, establecerse en la «dimensión interior» y realizar así la dimensión contemplativa; el ejemplo de María prevalece sobre el de Marta. El sufrimiento en el mundo es debido, no solamente al pecado en el sentido elemental de la palabra, sino también y sobre todo al pecado de «exterioridad», el cual engendra por otra parte, fatalmente, todos los otros; un mundo perfecto sería, no solamente el de unos hombres que se abstendrían de cometer pecados de acción y de omisión, como hacía el joven rico, sino ante todo el de unos hombres que viviesen «hacia el Interior» y firmemente establecidos en el conocimiento — y por consiguiente en el amor — de ese invisible que lo trasciende todo y que lo engloba todo. Hay tres grados que observar: el primero es la abstención del pecado-acto, como el asesinato, el robo, la mentira, la omisión del deber sagrado; el segundo es la abstención del pecado-vicio, como el orgullo, la pasión, la avaricia; el tercero es la abstención del pecado-estado, es decir, de esa «exterioridad» que es a la vez dispersión y endurecimiento y que engendra todos los vicios y todas las transgresiones. La ausencia de este pecado-estado no es otra cosa que el «amor a Dios» o la «interioridad», cualquiera que sea su modo espiritual; sólo esta interioridad sería capaz de regenerar el mundo, y es por esto por lo que se dice que el mundo se hubiese derrumbado desde hace largo tiempo sin la presencia de los santos, sea ésta visible u oculta. El esoterismo como principio y como vía: II EL VERDADERO REMEDIO

Nuestra época tiende cada vez más a cortar al hombre de sus raíces; pero al querer «volver a partir de cero» y reducir al hombre a lo puramente humano, no se llega más que a deshumanizarlo, lo que prueba que lo «puramente humano» no es más que una ficción; el hombre no es plenamente hombre más que manteniéndose por encima de sí mismo y no puede hacerlo sino por la religión. El monaquismo está ahí para recordar que el hombre no es más que por su conciencia permanente del Absoluto y de los valores absolutos y que las obras humanas nada son en sí mismas; los Padres del desierto, los Casio, los San Benito han mostrado que antes de actuar es preciso ser y que las acciones son preciosas en la medida en que el amor de Dios las anima o se refleja en ellas y que son tolerables en la medida en que no se oponen a este amor. La plenitud del ser, que depende del espíritu, puede en principio prescindir de la acción; ésta no tiene su fin en sí misma; Marta no es ciertamente superior a María. El hombre se distingue del animal en dos aspectos esenciales, primero por su inteligencia capaz de lo absoluto, y en consecuencia de objetividad y del sentido de lo relativo, y en segundo lugar, por su voluntad libre, capaz de escoger a Dios y vincularse a Él: el resto no es más que contingencia, particularmente esta «cultura» profana y cuantitativa de la que la Iglesia primitiva no tenía ninguna idea y a la que ahora se hace un fundamento del valor humano en contra de la experiencia corriente y de la evidencia. Sobre los mundos antiguos: UNIVERSALIDAD Y ACTUALIDAD DEL MONAQUISMO LA VÍA DE LA UNIDAD



Frithjof Schuon