Coomaraswamy (Akimcanna) – Anonimato

Se verá que el anonimato es un aspecto esencial de la akimcanna. Todas las iniciaciones (diksa) e igualmente la ordenación budista (pabbajana), que, como en el monasticismo en otras partes, es un tipo de iniciación, implican en el comienzo una negación de sí mismo. Esto es explícito en Udana 55, donde «De la misma manera que los ríos pierden su nombre y linaje anteriores (purimani nama-gottani) cuando alcanzan el mar, y son tenidos solo como “el gran mar”, así los hombres de las cuatro castas (brahmana khattiya vessa sudda), cuando “como-errantes-son-ordenados” (pabbajitva), desechan sus nombres y linaje anteriores, y son reconocidos solo como “Afanados, Hijos del Sakyan”». Es así como el «exiliado» (pabbajaka) trabaja en orden a «de-formarse de sí mismo», como lo expresa el Maestro Eckhart (daz er sich entbilde sin selbes) o, en otras palabras, en orden a «transformarse».

El anonimato que hemos descrito arriba como un principio doctrinalmente inculcado no es en modo alguno solo un ideal monástico, sino que tiene repercusiones de largo alcance en las sociedades tradicionales, donde nuestras distinciones de sagrado y profano (distinciones que son, en último análisis, la signatura de un conflicto interno raramente resuelto) difícilmente pueden ser encontradas. El anonimato reaparece, por ejemplo, en la esfera del arte. Hemos tratado en otra parte «La Concepción Tradicional del Retrato Ideal»3 (citando, por ejemplo, el Pratimanataka III.5, donde Bharata, aunque exclama ante la pericia del artista, es incapaz de reconocer la efigie de sus propios padres), y podemos senalar aquí que hay un anonimato correspondiente en lo que concierne al artista mismo, no solo en el campo de las supuestas «artes folklóricas», sino igualmente en un entorno más sofisticado. Así, como ha observado H. Swarzenski, «Está en la naturaleza misma del arte medieval el que se nos hayan transmitido extremadamente pocos nombres de artistas. la manía de relacionar los pocos nombres conservados por la tradición4 con las bien conocidas obras maestras. todo esto es característico del culto del individualismo en el siglo diecinueve, basado sobre los ideales del Renacimiento»5 . Dhammapada 74 exclama, «Sea sabido por religiosos y profanos que “Esto fue obra mía”, eso es un pensamiento infantil». Dhammapada Atthakatha I. 270 cuenta la historia de treinta y tres jóvenes que están construyendo una «sala de reposo» en el cruce de cuatro caminos, y es explícito que «Los nombres de los treinta y tres camaradas no aparecieron», sino solo el de Sudhamma, el donador de la piedra clave del domo7 . Viene a colación aquí la «Ley Milenial» de los shakers de que «Nadie debe escribir o imprimir su nombre sobre ningún artículo de manufactura, a fin de que otros puedan conocer en el futuro la obra de sus manos»8 . Y todo esto tiene que ver no solo con el cuerpo de la obra y sus superficies estéticas; tiene que ver también con su «peso» (gravitas) o esencia (atman). La noción de una propiedad posible en las ideas es enteramente ajena a la Filosofía Perenne, de la cual estamos hablando. Son las ideas y el poder inventivo lo que podemos decir propiamente, si estamos pensando en los términos del ego psicofísico, que esto no es «mío» o —si el sí mismo ha sido anonadado, de modo que, para usar la frase de los Brahmanas, hemos «entrado en nuestro propio»— que estos dones del Espíritu son verdaderamente «míos», puesto que es la Sindéresis, el Eros Divino, el «in-genium», el espíritu inmanente, el daimon, y no el individuo natural, el que es el terreno del poder inventivo, y es precisamente de este «in-genium», de esta luz intelectual, y no de nuestra «mentalidad» propia, de quien se dice que «Eso eres tú».


NOTAS

3 Cf. Coomaraswamy, ¿Por qué exponer obras de arte? 1943, cap. 7.
4 «Historia», en vez de «tradición» en nuestro sentido más estricto.
5 Journal of the Walters Art Gallery, I (1938), 55. Cf. Josef Strzygowski, «el artista del tiempo de los vikingos no ha de concebirse como un individuo, como sería el caso hoy día. Es un arte creativo» (Early Church Art in Northern Europe, Nueva York, 1928, pp. 159-160); y con respecto a esta distinción de arte «individual» y «creativo», «Yo no hago nada por mí mismo» (San Juan 8:28), y «Yo soy uno que cuando el Amor me inspira escribo, y de este modo voy expresando lo que dicta dentro de mí» (Dante, Purgatorio XXIV.52). («Ningún pronunciamiento de un profeta es nunca suyo propio», De specialibus legibus IV.49; cf. IV.192). ¡Mejor ser un amanuense del Espíritu que «pensar por uno mismo»!
7 En el arte indio primitivo, los nombres de los donadores se encuentran constantemente, los de los artistas casi nunca. El nombre del donador se registra debido a que desea «adquirir mérito» por lo que ha hecho; el artista, en tanto que tal, no está adquiriendo mérito en este sentido específicamente moral, sino, por una parte, ganando su salario, y por otra, trabajando por el bien de la obra que ha de hacerse, y ninguno de estos puntos de vista implica un deseo por la fama.
8 Edward and Faith Andrews, Shaker Furniture (New Haven, 1937), p. 44. En todas estas conexiones, sin embargo, es el espíritu en vez de la letra lo que importa. En la misma comunidad, por ejemplo, el mobiliario no podía ser poseído «como propiedad privada, o interés individual» y no obstante podía ser marcado con las iniciales de una persona «para propósitos de distinción». Y, justamente de la misma manera, estaba en orden que un monje budista dijera «yo» o «mío» cuando era conveniente (Samyutta Nikaya I.14). De la misma manera la firma de un artista no necesita ser un anuncio propagandístico, sino que puede ser, como una marca distintiva, una simple garantía de calidad y de aceptación de responsabilidad.

Ananda Coomaraswamy