René Guénon — AS CONDIÇÕES DE EXISTÊNCIA CORPORAL
LEIA PRIMEIRO: MOVIMENTO
A CONSTITUIÇÃO DA EXTENSÃO ESPACIAL
Desde que tiene lugar esta diferenciación, el espacio no debe ser ya considerado como isótropo; por el contrario, puede ser referido entonces a un conjunto de numerosas direcciones definidas, tomadas como ejes de coordenadas, y que, sirviendo para medirlo en una proporción cualquiera de su extensión, e incluso, teóricamente, en la totalidad de ésta, son lo que se designa como las direcciones del espacio. Estos ejes de coordenadas serán (al menos en la noción ordinaria del espacio llamado “euclidiano”, que corresponde directamente a la percepción sensible de la extensión corporal) tres diámetros ortogonales del esferoide indefinido que comprende toda la extensión de su despliegue, y su centro podrá ser un punto cualquiera de esta extensión, que será entonces considerada como el producto del desarrollo de todas las virtualidades espaciales contenidas en ese punto (principialmente indeterminado). Es importante notar que el punto, en sí mismo, no está en absoluto contenido en el espacio y no puede en modo alguno estar condicionado por éste, ya que, por el contrario, es el punto lo que crea al espacio desde su “ipseidad” desdoblada o polarizada en esencia y substancia1, lo que significa que lo contiene en potencia; es el espacio lo que procede del punto, y no el punto lo que es determinado por el espacio; pero, secundariamente (no siendo toda manifestación o modificación exterior sino contingente y accidental con respecto a su “naturaleza íntima”), el punto se determina a sí mismo en el espacio para realizar la extensión actual de sus potencialidades de indefinida multiplicación (de él mismo por él mismo). Puede aún decirse que este punto primordial y principial ocupa todo el espacio por el despliegue de sus posibilidades (consideradas en modo activo en el propio punto al “efectuar” dinámicamente la extensión, y en modo pasivo en esta misma extensión realizada estáticamente); solamente se sitúa en el espacio cuando es considerado en cada una de las posiciones particulares que es susceptible de ocupar, es decir, en aquellas de sus modificaciones que precisamente corresponden a cada una de sus posibilidades especiales. Así, la extensión existe ya en estado potencial en el propio punto; comienza a existir en el estado actual sólo cuando ese punto, en su manifestación primera, es en cierto modo desdoblado para situarse frente a sí mismo, pues es entonces cuando puede hablarse de la distancia elemental entre dos puntos (aunque éstos no sean en principio y en esencia sino uno y el mismo punto), mientras que, cuando no se considera más que un punto único (o más bien cuando no se considera el punto más que bajo el aspecto de la unidad principial), es evidente que no puede ser cuestión de distancia. No obstante, es preciso observar que la distancia elemental no es sino lo que corresponde a ese desdoblamiento en el dominio de la representación espacial o geométrica (que para nosotros tiene el carácter de un símbolo); metafísicamente, si se considera al punto como representando al Ser en su unidad y su identidad principiales, es decir, atman aparte de toda condición especial (o determinación) y de toda diferenciación, este punto mismo, su exteriorización (que puede ser entendida como su imagen, en la cual se refleja), y la distancia que los une (al mismo tiempo que los separa), y que indica la relación existente entre ambos (relación que implica una relación de causalidad, indicada geométricamente por el sentido de la distancia, considerada como un segmento “dirigido” y que va del punto-causa al punto-efecto), corresponden respectivamente a los términos del ternario que debemos distinguir en el Ser considerado como conociéndose a sí mismo(es decir, en buddhi), términos que, fuera de este punto de vista, son perfectamente idénticos entre sí, y que son designados como Sat, Chit y Ananda.
Decimos que el punto es el símbolo del Ser en su Unidad; en efecto, esto puede concebirse de la manera siguiente: si la extensión posee una dimensión, la línea, es medida cuantitativamente por un número a; la medida cuantitativa de la extensión de dos dimensiones, la superficie, será de forma a2, y la de la extensión de tres dimensiones, el volumen, será a3.
Así, añadir una dimensión a la extensión equivale a aumentar una unidad al exponente de la cantidad correspondiente (que es la medida de tal extensión), y, a la inversa, quitar una dimensión a la extensión equivale a disminuir este mismo exponente en una unidad; si se suprime la última dimensión, la de la línea (y, en consecuencia, la última unidad del exponente), geométricamente queda el punto, y numéricamente a0, es decir, desde el punto de vista algebraico, la unidad, lo que la identifica cuantitativamente al punto. Es entonces un error creer, como hacen algunos, que el punto no puede corresponder numéricamente más que al cero, pues él es ya una afirmación, la del Ser puro y simple (en toda su universalidad); sin duda, no tiene ninguna dimensión, porque, en sí mismo, no está situado en el espacio, que, como hemos dicho, contiene solamente la indefinidad de sus manifestaciones (o de sus determinaciones particulares); no poseyendo ninguna dimensión, evidentemente no tiene forma; pero decir que es informal no equivale en absoluto a decir que no es nada (pues así es como es considerado el cero por quienes lo asimilan al punto), y, por otra parte, aunque sin forma, contiene en potencia al espacio, que, realizado en acto, será a su vez el continente de todas las formas (en el mundo físico al menos)2.
Hemos dicho que la extensión existe en acto desde el momento en que el punto se manifiesta exteriorizándose, puesto que la ha realizado así; pero no debería creerse que se asigna de este modo a la extensión un comienzo temporal, pues no se trata más que de un punto de partida puramente lógico, de un principio ideal de la extensión comprendida en la integralidad de su extensión (y no limitada a la sola extensión corporal)3. El tiempo solamente interviene cuando se consideran las dos posiciones del punto como sucesivas, mientras que, por lo demás, la relación de causalidad que existe entre ellas implica su simultaneidad; de modo que en tanto que se considere esta primera diferenciación bajo el aspecto de la sucesión, es decir, en modo temporal, la distancia que resulta (como mediadora entre el punto principial y su reflexión exterior, en el supuesto de estar el primero situado inmediatamente con respecto al segundo) ))Esta localización implica ya, por otra parte, una primera reflexión (que precede a aquella que hemos considerado), pero con la cual el punto principial se identifica (determinándose) para ser el centro efectivo de la extensión en vías de realización, y por la cual se refleja, consecuentemente, en todos los restantes puntos (puramente virtuales con respecto a él) de esta extensión, que es su campo de manifestación.)) puede ser considerada como midiendo la amplitud del movimiento vibratorio elemental del que hablábamos anteriormente.
LEIA EM SEGUIDA: PONTO E MOVIMENTO
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En el campo de la manifestación considerada, la esencia es representada como el centro (punto inicial), y la substancia como la circunferencia (superficie indefinida de la expansión terminal del punto); cf. el significado jeroglífico de la partícula hebraica et, formada por las dos letras extremas del alfabeto (alef y tav). ↩
Se puede explicar de una manera muy elemental el desarrollo de las potencialidades espaciales contenidas en el punto indicando que el desplazamiento del punto engendra la línea, el de la línea engendra la superficie, y el de la superficie el volumen. Pero este punto de vista presupone la realización de la extensión, e incluso de la extensión de tres dimensiones, pues cada uno de los elementos considerados sucesivamente no puede evidentemente producir al siguiente más que desplazándose en una dimensión que le es actualmente exterior (y con respecto a la cual estaba ya situado); por el contrario, todos estos elementos son realizados simultáneamente (no interviniendo entonces el tiempo) en y por el despliegue original del esferoide indefinido y no cerrado que hemos considerado, despliegue que se efectúa, por otra parte, no en un espacio actual (sea cual sea), sino en un puro vacío desprovisto de toda atribución positiva, que en absoluto es productivo por sí mismo, pero que, en potencia pasiva, está lleno de todo lo que el punto contiene en potencia activa (siendo así, en cierto modo, el aspecto negativo de aquello de lo cual es punto es el aspecto positivo). Este vacío, lleno de una manera originalmente homogénea e isótropa de las virtualidades del punto principial, será el medio (o, si se prefiere, el “lugar geométrico”) de todas las modificaciones y diferenciaciones posteriores de éste, siendo así, con relación a la manifestación universal, lo que el Eter es especialmente para nuestro mundo físico. Considerado así, y en esa plenitud que integralmente posee de la expansión (en modo de exterioridad) de las potencias activas del punto (que son ellas mismas todos los elementos de esta plenitud), el vacío es (sin lo cual no sería, ya que el vacío no puede ser concebido más que como “no entidad”), y, por ello, se diferencia enteramente del “vacío universal” (“sarwa-shûnya”) del que hablan los Budistas, que, pretendiendo por lo demás identificarlo al Eter, consideran a éste como “no substancial”, y, por consiguiente, no lo cuentan como un elemento corporal. Por otra parte, el verdadero “vacío universal” no sería este vacío que hemos considerado, que es susceptible de contener todas las posibilidades del Ser (espacialmente simbolizado por las virtualidades del punto), sino, por el contrario, todo lo que está fuera de éste, donde ya no puede, en modo alguno, tratarse de “esencia” ni de “substancia”. Sería entonces el No-Ser (o el cero metafísico), o más exactamente un aspecto de ello, que, por otra parte, está lleno de todo lo que, en la Posibilidad total, no es susceptible de desarrollo alguno en modo exterior o manifestado, y que por ello mismo es absolutamente inexpresable. ↩
Esta extensión corporal es la única que conocen los astrónomos, y aún incluso no pueden, con sus métodos de observación, estudiar sino cierta porción de ésta; esto es por lo demás lo que produce en ellos la ilusión de la pretendida “infinitud del espacio”, pues son llevados, por efecto de una verdadera miopía intelectual que parece inherente a toda la ciencia analítica, a considerar como “al infinito” (sic) todo lo que supera el alcance de su experiencia sensible, y que en realidad no es, con respecto a ellos y al dominio que estudian, sino simplemente indefinido. ↩