Guénon Limites da Mente

René Guénon — APRECIAÇÕES SOBRE A INICIAÇÃO

LOS LÍMITES DE LA MENTE
Hemos precisado bastante frecuentemente la distinción entre la razón, facultad de orden puramente individual, y el intelecto puro, que es al contrario supraindividual, como para que sea inútil volver de nuevo sobre ello aquí; recordaremos sólo que, puesto que el conocimiento metafísico, en el verdadero sentido de esta palabra, es de orden universal, sería imposible si no hubiera en el ser una facultad del mismo orden, y por consiguiente transcendente en relación al individuo: esta facultad es propiamente la intuición intelectual. En efecto, puesto que todo conocimiento es esencialmente una identificación, es evidente que el individuo, como tal, no puede alcanzar el conocimiento de lo que está más allá del dominio individual, lo que sería contradictorio; este conocimiento sólo es posible porque el ser que es un individuo humano en cierto estado contingente de manifestación es también otra cosa al mismo tiempo; sería absurdo decir que el hombre, en tanto que hombre y por sus medios humanos, puede rebasarse a sí mismo; pero el ser que aparece en este mundo como un hombre es, en realidad, algo muy diferente por el principio permanente e inmudable que le constituye en su esencia profunda1. Todo conocimiento que se puede llamar verdaderamente iniciático resulta de una comunicación establecida conscientemente con los estados superiores; y es a una tal comunicación a la que se refieren claramente, si se entienden en su sentido verdadero y sin tener en cuenta el abuso que se hace de ellos muy frecuentemente en el lenguaje ordinario de nuestra época, términos tales como los de «inspiración» y de «revelación»2.

El conocimiento directo del orden transcendente, con la certeza absoluta que implica, es evidentemente, en sí mismo, incomunicable e inexpresable; puesto que toda expresión es necesariamente formal por definición misma, y por consiguiente individual3, le es por eso mismo inadecuada y no puede dar de él, en cierto modo, más que un reflejo en el orden humano. Este reflejo puede ayudar a algunos seres a alcanzar realmente este mismo conocimiento, al despertar en ellos las facultades superiores, pero, como ya lo hemos dicho, no podría dispensarles de ninguna manera de hacer personalmente lo que nadie puede hacer por ellos; es sólo un «soporte» para su trabajo interior. Por lo demás, a este respecto, hay que hacer una gran diferencia, como medios de expresión, entre los símbolos y el lenguaje ordinario; hemos explicado precedentemente que los símbolos, por su carácter esencialmente sintético, son particularmente aptos para servir de punto de apoyo a la intuición intelectual, mientras que el lenguaje, que es esencialmente analítico, no es propiamente más que el instrumento del pensamiento discursivo y racional. Es menester agregar también que los símbolos, por su lado «no humano», llevan en sí mismos una influencia cuya acción es susceptible de despertar directamente la facultad intuitiva en aquellos que los meditan de la manera requerida; pero esto se refiere únicamente a su uso en cierto modo ritual como soporte de meditación, y no a los comentarios verbales que es posible hacer sobre su significación, y que, en todo caso, no representan de ellos más que un estudio todavía exterior4. Puesto que el lenguaje humano, por su constitución misma, está estrechamente ligado al ejercicio de la facultad racional, de ello se sigue que todo lo que se expresa o traduce por medio de este lenguaje toma forzosamente, de una manera más o menos explícita, una forma de «razonamiento»; pero se debe comprender que, no obstante, no puede haber más que una similitud completamente aparente y exterior, similitud de forma y no de fondo, entre el razonamiento ordinario, concerniente a las cosas del dominio individual que son aquellas a las cuales es propia y directamente aplicable, y el que está destinado a reflejar, tanto como sea posible, algo de las verdades de orden supraindividual. Por eso hemos dicho que la enseñanza iniciática no debía tomar nunca una forma «sistemática», sino que, al contrario, debía abrirse siempre sobre posibilidades ilimitadas para reservar la parte de lo inexpresable, que es en realidad todo lo esencial; y, por eso, el lenguaje mismo, cuando se aplica a las verdades de este orden, participa de alguna manera en el carácter de los símbolos propiamente dichos5. Sea como sea, aquel que, por el estudio de una exposición dialéctica cualquiera, ha llegado a un conocimiento teórico de algunas de estas verdades, no obstante, por eso no tiene todavía de ninguna manera un conocimiento directo y real de ellas (o más exactamente «realizado»), en vista del cual este conocimiento discursivo y teórico no podría constituir nada más que una simple preparación.

Esta preparación teórica, por indispensable que sea de hecho, no tiene en sí misma, sin embargo, más que un valor de un medio contingente y accidental; en tanto que uno se quede ahí, no se podrá hablar de iniciación efectiva, ni siquiera al grado más elemental. Si no hubiera nada más, no habría en eso, en suma, más que el análogo, en un orden más elevado, de lo que es una «especulación» cualquiera que se refiera a cualquier otro dominio6, ya que un tal conocimiento, simplemente teórico, sólo es por la «mente», mientras que el conocimiento efectivo es «por el espíritu y el alma», es decir, en suma, por el ser todo entero. Por lo demás, por eso es por lo que, incluso fuera del punto de vista iniciático, los simples místicos, sin rebasar los límites del dominio individual, son, no obstante, en su orden, que es el de la tradición exotérica, incontestablemente superiores no sólo a los filósofos, sino incluso a los teólogos, ya que la menor parcela de conocimiento efectivo vale incomparablemente más que todos los razonamientos que no proceden más que de la mente7.




  1. Aquí se trata de la distinción fundamental del «Sí mismo» y del «yo», o de la personalidad y de la individualidad, que está en el principio mismo de la teoría metafísica de los estados múltiples del ser. 

  2. Estas dos palabras designan en el fondo la misma cosa, considerada bajo dos puntos de vista algo diferentes: lo que es «inspiración» para el ser mismo que la recibe, deviene «revelación» para los demás seres a quienes la transmite, en la medida en que eso es posible, al manifestarla exteriormente por un modo de expresión cualquiera. 

  3. Recordaremos que la forma es, entre las condiciones de la existencia manifestada, la que caracteriza propiamente a todo estado individual como tal. 

  4. Esto no quiere decir, bien entendido, que aquel que explica los símbolos sirviéndose del lenguaje ordinario no tenga por eso él mismo forzosamente más que un conocimiento exterior de ellos, sino sólo que este conocimiento es todo lo que puede comunicar a los demás con tales explicaciones. 

  5. Este uso superior del lenguaje es posible sobre todo cuando se trata de lenguas sagradas, que precisamente son tales porque están constituidas de tal suerte que llevan en sí mismas este carácter propiamente simbólico; este uso es naturalmente mucho más difícil con las lenguas ordinarias, sobre todo cuando éstas no se emplean habitualmente más que para expresar puntos de vista profanos como es el caso de las lenguas modernas. 

  6. Se podría comparar una tal «especulación», en el orden esotérico, no a la filosofía que no se refiere más que a un punto de vista completamente profano, sino más bien a lo que es la teología en el orden tradicional exotérico y religioso. 

  7. Debemos precisar que esta superioridad de los místicos debe entenderse exclusivamente en cuanto a su estado interior, ya que, por otro lado, puede ocurrir, como ya lo hemos indicado más atrás, que, a falta de preparación teórica, sean incapaces de expresar nada de él de una manera inteligible; y, además, es menester tener en cuenta el hecho de que, a pesar de lo que han «realizado» verdaderamente, siempre corren el riesgo de extraviarse, por eso mismo de que no pueden rebasar las posibilidades del orden individual. 

René Guénon