Guénon: Sete Terras

GEOGRAFIA SAGRADA — SETE TERRAS

René Guénon: FORMAS TRADICIONAIS E CICLOS CÓSMICOS

En el esoterismo Islámico, las «siete tierras» aparecen, quizás más explícitamente todavía, como otras tantas tabaqât o «categorías» de la existencia terrestre, que coexisten y se interpenetran en cierto modo, pero de las cuales solo una puede ser actualmente alcanzada por los sentidos, mientras que las otras están en el estado latente y no pueden ser percibidas sino excepcionalmente y en ciertas condiciones especiales; y, aquí todavía, las mismas son manifestadas exteriormente por turno, en los diversos periodos que se suceden en el curso de la duración total de este mundo. Por otra parte, cada una de las «siete tierras» está regida por un Qutb o «Polo», que corresponde así muy claramente al Manú del periodo durante el cual su tierra es manifestada; y estos siete Aqtâb están subordinados al «Polo» supremo, como los diferentes Manús lo están al Adi-Manú o Manu primordial; pero además, en razón de la coexistencia de las «siete tierras», ejercen también, bajo una cierta relación, sus funciones de una manera permanente y simultánea. Apenas hay necesidad de hacer destacar que esa designación de «Polo» se vincula estrechamente al simbolismo «polar» del Merû que hemos mencionado hace un momento, teniendo como tiene el Merû mismo por lo demás como exacto equivalente la montaña de Qâf en la Tradición Islámica. Añadimos todavía que los siete «Polos» terrestres son considerados como reflejos de los siete «Polos» celestes, que presiden respectivamente los siete cielos planetarios; y esto evoca naturalmente la correspondencia con los Swargas en la Tradición hindú, lo que acaba de mostrar la perfecta concordancia que existe a este sujeto entre las dos Tradiciones.

LUZ OU A MORADA DA IMORTALIDADE

Bajo otro aspecto, hay que establecer todavía una aproximación con el Cielo: a Luz se le llama la «ciudad azul», y este color, que es el del zafiro1, es el color celeste. En la India, se dice que el color azul de la atmósfera se produce por la reflexión de la luz sobre una de las caras del Mêru, la cara meridional, que mira al Jambu-dwîpa, y que está hecha de zafiro; es fácil comprender que esto se refiere al mismo simbolismo. El Jambu-dwîpa no es solo la India como se cree de ordinario, sino que representa en realidad todo el conjunto del mundo terrestre en su estado actual; y, en efecto, este mundo puede ser considerado como situado todo entero al sur del Mêru, puesto que éste se identifica con el polo septentrional2. Los siete dwîpas (literalmente «islas» o «continentes») emergen sucesivamente en el curso de ciertos periodos cíclicos, de suerte que cada uno de ellos es el mundo terrestre considerado en el periodo correspondiente; forman un loto cuyo centro es el Mêru, en relación al cual están orientados según las siete regiones del espacio3. Así pues, hay una cara del Mêru que está vuelta hacia cada uno de los siete dwîpas; si cada una de estas caras tiene uno de los colores del arcoiris4, la síntesis de estos siete colores es el blanco, que se atribuye por todas partes a la autoridad espiritual suprema5, y que es el color del Mêru considerado en sí mismo (veremos que se le designa efectivamente, como la «montaña blanca»), mientras que los demás colores representan solo sus aspectos en relación a los diferentes dwîpas. Parece que, para el periodo de manifestación de cada dwîpa, haya una posición diferente del Mêru; pero, en realidad, el Mêru es inmutable, puesto que es el centro, y es la orientación del mundo terrestre en relación a él la que es cambiada de un periodo a otro.


  1. El zafiro desempeña un papel importante en el simbolismo bíblico; en particular, aparece frecuentemente en las visiones de los Profetas. 

  2. El Norte se llama en sánscrito Uttara, es decir, la región más elevada; el Sur se llama Dakshina, la región de la derecha, es decir, la que uno tiene a su derecha al volverse hacia el Oriente. Uttarâyana es la marcha ascendente del Sol hacia el Norte, que comienza en el solsticio de invierno y que termina en el solsticio de verano; dakshinâyana es la marcha descendente del Sol hacia el Sur, que comienza en el solsticio de verano y que termina en el solsticio de invierno. 

  3. En el simbolismo hindú (que el Budismo mismo ha conservado en la leyenda de los siete pasos), las siete regiones del espacio son los cuatro puntos cardinales, más el Zenit y el Nadir, y finalmente el centro mismo; se puede precisar que su representación forma una cruz de tres dimensiones (seis direcciones opuestas dos a dos a partir del centro). De igual modo, en el simbolismo kabbalístico, el «Santo Palacio» o «Palacio interior» está en el centro de las seis direcciones, que forman con él el septenario; y «Clemente de Alejandría dice que de Dios, “Corazón del Universo”, parten las extensiones indefinidas que se dirigen, una hacia arriba, otra hacia abajo, ésta hacia la derecha, aquella hacia la izquierda, una hacia adelante y otra hacia atrás; dirigiendo su mirada hacia estas seis extensiones como hacia un número siempre igual, acaba el mundo; es el comienzo y el fin (el alfa y la omega), en él se acaban las seis fases del tiempo, y es de él de quien reciben su extensión indefinida; éste es el secreto del número 7» (citado por P. Vulliaud, La Kabbale juive, tomo I, pp. 215-216). Todo esto se refiere al desarrollo del punto primordial en el espacio y en el tiempo; las seis fases del tiempo, que corresponden respectivamente a las seis direcciones del espacio, son seis periodos cíclicos, subdivisiones de otro periodo más general, y a veces se representan simbólicamente como seis milenarios; también son asimilables a los seis primeros «días» del Génesis, siendo el séptimo o sabbath la fase de retorno al Principio, es decir, al centro. Se tienen así siete periodos a los cuales puede ser referida la manifestación respectiva de los siete dwîpas; si cada uno de estos periodos es un Manvantara, el Kalpa comprende dos series septenarias completas; y por lo demás, entiéndase bien que el mismo simbolismo es aplicable a diferentes grados, según se consideren periodos cíclicos más o menos extensos. 

  4. Ver lo que ha sido dicho más atrás sobre el simbolismo del arcoiris. — No hay en realidad más que seis colores, complementarios dos a dos, y que corresponden a las seis direcciones opuestas dos a dos; el séptimo color no es otro que el blanco mismo, de igual modo que la séptima región se identifica con el centro. 

  5. No carece pues de razón que, en la jerarquía católica, el Papa esté vestido de blanco. 

Geosofia, René Guénon