Alexandre Koyré — Valentin Weigel
CONCEPÇÃO DE MUNDO
Otra proposición que ha desempeñado un papel importante en la filosofía de V. Weigel y que él desarrolló especialmente en su libro Vom Orth der Welt puede resumirse en esta tesis: todo «lugar» está en el mundo, y el mundo no está en ninguna parte (omnis locus est in mundo y mundus non est in loco). Lo cual quiere decir que es absurdo aplicar categorías especiales al mundo considerado en su totalidad, porque carecen de valor metafísico absoluto. Con mucha insistencia y a base de repeticiones infinitas, Weigel explica que racionalmente no se puede uno preguntar «dónde está el mundo» ni «por qué el mundo no cae». En efecto, todas estas cuestiones carecen de sentido: el mundo no puede «caer», porque tendría que caer a un mismo tiempo a derecha y a izquierda, arriba y abajo. Las direcciones espaciales, como las diferencias de lugares no tienen sentido más que cuando se aplican a objetos intra-mundanos. En el mundo se puede decir que una cosa está ahí o allá, que cae o se eleva, que cambia de lugar, etc., pero todo esto carece de aplicación al mundo entero.
Como en el caso de la afirmación de la subjetividad del conocimiento que acabamos de analizar, con demasiada frecuencia, en nuestra opinión, se ha visto en la doctrina de Weigel una anticipación del kantismo. En efecto, sus argumentos y sus razonamientos no pueden ser interpretados en el sentido de la subjetividad de las categorías espaciales a no ser que se interprete al mismo tiempo la doctrina del carácter activo del conocimiento en un sentido idealista. Si se hace así, debe verse igualmente en su definición del tiempo, «medida del movimiento», un intento de afirmar la subjetividad de esta última categoría, dado que el movimiento implica el lugar y el espacio66. De hecho, semejante interpretación ha sido intentada: por un lado se ha reprochado a Weigel no haber sabido extraer todas las consecuencias de las premisas de su sistema, y por otro a los historiadores de la filosofía se les ha echado en cara haber descuidado el estudio de este pensador cuyo sistema ofrecía semejanzas sorprendentes con los sistemas del idealismo alemán.
Ahora bien, si nos atenemos a los textos y devolvemos a la enseñanza de Weigel su verdadero sentido, esta doctrina aparece una vez más formada por elementos puramente tradicionales (lo que en nada disminuye su interés) y —cosa que nos parece del mayor valor— formulada y construida para sacar conclusiones de orden no metafísico, sino religioso.
Weigel parte de la definición tradicional del lugar y de la concepción medieval del mundo. Su universo es el conjunto formado por la tierra y los cielos, el mundo sublunar y las esferas de los planetas y de los fijos. La tierra está en el centro de este universo: en torno a la tierra están dispuestas las esferas de planetas y todo se halla englobado en el firmamento de los fijos. Este universo es una bola redonda, plena y finita. Fuera de este mundo no hay nada, o si se prefiere, hay el vacío, el abismo, el Abyssus infinitudinis, pero este abismo, o este vacío, no es, no existe, o al menos no es real. Es la Nada. El mundo (real) nada en este abismo infinito como una pluma en el viento o una burbuja de aire en el agua. El mundo es, además, infinitamente pequeño en comparación con este abismo; comparativamente es más pequeño que un grano de arena respecto a una montaña, más pequeño incluso que el grano de arena comparado con el mundo entero.
Pero no se puede decir que el mundo esté «en» el abismo del vacío. El término «en» designa una relación real entre dos términos reales: el continente y el contenido. El continente es precisamente el lugar (real) donde una cosa se encuentra. Ahora bien, el abismo del vacío no es nada real, ni puede ser el «lugar» del mundo, y no se puede, por tanto, situar el mundo «en» este abismo en el mismo sentido en que se sitúa un cuerpo en el mundo.
Para demostrar precisamente la inanidad del deseo de «realizar» este vacío, V. Weigel se entrega a la tarea de ver la imposibilidad de aplicarle las categorías espaciales; estas, en efecto, no se aplican más que a lo real; y el vacío, el abismo, está fuera de la realidad.
He aquí el sentido exacto de la doctrina de V. Weigel. Como puede verse nada tiene de revolucionario. Weigel no admite siquiera el sistema de Copérnico; permanece, por tanto, fiel a la enseñanza de sus maestros, y aunque haya leído las obras de Nicolás de Cusa, no ha adoptado su concepción del espacio.
Examinemos ahora el objetivo que persigue el filósofo al desarrollar esta doctrina del «lugar intra-mundano»; en efecto, no se comprende en primer lugar por qué la cuestión de saber si el mundo tiene o no «lugar» le ha parecido tan importante. De hecho, para él tenía un sentido religioso y ahí es precisamente donde en nuestra opinión se encuentra la originalidad de V. Weigel. En efecto, para él el hecho de que el mundo (este mundo) contenga todos los «lugares», implicaba necesariamente que ni el Paraíso ni el Infierno podían tener «lugares», es decir, que tanto el Paraíso como el Infierno no eran lugares que estarían en alguna parte «fuera» de este mundo, ni sitios donde las almas, después de la muerte, deberían llegar tras un largo viaje. Esta doctrina descarta la idea de un más allá y de un Dios colocados en alguna parte fuera de la bóveda celeste y «exteriores» al mundo. El Paraíso y el infierno no son lugares; esto quiere decir que no son regiones, sino estados, o si se prefiere, que el Paraíso y el Infierno son regiones no en el espacio sino en el ser. El más allá está en todas partes, está aquí mismo, y aplicando al alma la definición de lugar que le acababa de dar, V. Weigel deduce que si el alma está en el Paraíso o en el Infierno, correlativamente Paraíso o Infierno están en el alma. Se trata de «lugares» espirituales, y toda la discusión filosófica concluye en el texto: «El reino de Dios está en vosotros.»
Asimismo, la ausencia de lugares extramundanos sirve para probar la inmanenia divina en el mundo. Dios está en todas partes en el mundo, y el mundo está en Dios; las almas están en Dios y Dios está en las almas. El es el único lugar verdadero de los espíritus. Además, si se tiene en cuenta la definición de lugar y de cuerpo, es decir, del continente y del contenido, se verá que la misma relación se repite por doquier. En primer lugar, es lo superior lo que «contiene» al inferior, y en este sentido no es el alma la que está en el cuerpo, sino el cuerpo el que está en el alma de la misma forma que no es Dios quien está en el mundo, sino el mundo quien está «en Dios».
Pero si se tiene en cuenta la reversibilidad de la relación entre los términos locus y locatum puede decirse que Dios está en el mundo como el mundo está en Dios, de la misma forma que se puede decir que el alma está en el cuerpo y que el cuerpo está en el alma. Por último, hay que admitir que cuando Dios está «en el alma», el alma, al mismo tiempo, se encuentra en Dios.
Esta extensión del concepto de lugar nos permite considerar la destrucción de este mundo material. Creado de la nada, estando en la nada, teniendo a la nada por materia, necesariamente volverá a la nada. Entonces no habrá más lugar en el sentido espacial del término, no habrá tampoco tiempo ni cuerpo material: Dios será todo en todo; será el único «lugar» de los espíritus y de las almas; estará «en» ellos y ellos «en» él.
Tal es, a nuestro entender, el sentido de la relatividad del tiempo y del espacio en Valentín Weigel y no nos parece que pueda relacionarse esta doctrina con la de Kant, sino miás bien con la del Apocalipsis según San Juan y las Epístolas de San Pablo.