Debido a la separación del Cielo y de la Tierra, se distinguen los «Tres Mundos»; el Mundo intermediario (antariksa) proporciona el espacio etérico (akasa) en el que pueden nacer las inhibidas posibilidades de manifestación finita, de acuerdo con sus diferentes naturalezas. De esta primera substancia etérica se derivan en sucesión el aire, el fuego, el agua y la tierra; y de estos cinco Seres elementales (bhutani), combinados en diversas proporciones, se forman los cuerpos inanimados de las criaturas; cuerpos en los que entra el Dios para despertarlos, dividiéndose a sí mismo a fin de llenar estos mundos y de devenir los «Distintos Dioses», sus hijos. Estas Inteligencias son la hueste de los «Seres» (bhutagana) que operan en nosotros, unánimemente, como nuestra «alma elemental» (bhutatman), o sí mismo consciente; es decir, lo que se llama nuestros «sí mismos», ciertamente, pero ahora mortales e inespirituales (anatmya, anatman), ignorantes de su Sí mismo inmortal (atmanam ananuvidya, anatmajña), y que han de distinguirse de las deidades Inmortales que ya han devenido lo que son por su «mérito» (arhana), y a quienes se llama «Arhats» () «Dignidades»). Por medio de las deidades mundanales y perfectibles, y de la misma manera que un Rey recibe tributo (balim ahr) de sus súbditos, la Persona en el corazón, nuestro Hombre Interior, que es también la Persona en el Sol (MU. VI.1, 2), obtiene el alimento (anna, ahara), tanto físico como mental, con el que debe subsistir cuando él procede desde el ser al devenir. Y debido a la simultaneidad de su presencia dinámica a todos los devenires pasados y futuros, los poderes emanados que trabajan en nuestra consciencia pueden considerarse como el soporte temporal de la providencia (prajñana) y omnisciencia (sarvajñana) atemporal del Espíritu solar. No que este mundo sensible de eventos sucesivos, determinados por causas mediatas (karma, adrsta, apurva), sea la fuente de su conocimiento, sino más bien que este mundo mismo es la consecuencia de la presenciación, por el Espíritu, «de la diversificada pintura del mundo pintada por él mismo sobre el vasto lienzo de sí mismo». No es por medio de este Todo como él se conoce a sí mismo, sino que es por su conocimiento de sí mismo como él deviene este Todo. Conocer-le por este Todo pertenece sólo a nuestra manera inferencial de conocer.
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