Guénon Hugo

René Guénon — Victor Hugo

Si hubo en los medios espiritistas un cierto elemento «intelectual», aunque no fuera más que una pequeña minoría, uno puede preguntarse cómo es posible que todos los libros espiritistas, comenzando por los de Allan Kardec, sean manifiestamente de un nivel tan bajo. Es bueno recordar, a este respecto, que toda obra colectiva refleja sobre toda la mentalidad de los elementos más inferiores del grupo que la ha producido; por extraño que eso parezca, no obstante es una observación que es familiar a todos aquellos que han estudiado algo la «psicología de las masas»; y esa es sin duda una de las razones por las que las pretendidas «revelaciones de ultratumba» no son generalmente más que un entramado de banalidades, ya que, en muchos casos, son efectivamente una obra colectiva, y, como son la base de todo lo demás, ese carácter debe reencontrarse naturalmente en todas las producciones espiritistas. Además, los «intelectuales» del espiritismo son sobre todo literatos; podemos anotar aquí el ejemplo de Victor Hugo, que, durante su estancia en Jersey, fue convertido al espiritismo por Mme Girardin (NA: Ver el relato dado por Auguste Vacquerie en sus Miettes de l’histoire.); en los literatos, el sentimiento predomina lo más frecuentemente sobre la inteligencia, y el espiritismo es sobre todo una cosa sentimental. En cuanto a los sabios que, habiendo abordado el estudio de los fenómenos sin una idea preconcebida, han sido llevados, de una manera más o menos desviada y disimulada, a entrar en los puntos de vista espiritistas (NA: y no hablamos de M. Flammarion, que es más bien un vulgarizador, sino de sabios que gozan de una reputación más seria y mejor establecida), tendremos la ocasión de volver sobre su caso; pero podemos decir de inmediato que, en razón de su especialización, la competencia de estos sabios se encuentra limitada a un dominio restringido, y que, fuera de este dominio, su opinión no tiene más valor que la del primero que llega; y, por lo demás, la intelectualidad propiamente dicha tiene muy pocas relaciones con las cualidades requeridas para triunfar en las ciencias experimentales tal como los modernos las conciben y las practican. El Error Espiritista : COMIENZOS DEL ESPIRITISMO EN FRANCIA

Al considerar las «comunicaciones» como acabamos de hacerlo, solo tenemos en vista las que se obtienen fuera de todo fraude, ya que las otras no tienen evidentemente ningún interés; la mayoría de los espiritistas son ciertamente de muy buena fe, y solo los médiums profesionales pueden ser sospechosos «a priori», incluso cuando han dado pruebas manifiestas de sus facultades. Por lo demás, las tendencias reales de los medios espiritistas se muestran mejor en los pequeños grupos privados que en las sesiones de los médiums de renombre; todavía es menester saber distinguir entre las tendencias generales y las que son propias a tal o a cual grupo. Estas últimas se traducen especialmente en la elección de los nombres bajo los cuales se presentan los «espíritus», sobre todo aquellos que son los «guías» titulados del grupo; se sabe que son generalmente nombres de personajes ilustres, lo que haría creer que éstos se manifiestan con mucha mayor frecuencia que los demás y que han adquirido una especie de ubicuidad (NA: tendremos que hacer una precisión análoga sobre el tema de la reencarnación), pero también que las cualidades intelectuales que poseían sobre esta tierra han disminuido penosamente. En un grupo donde la religiosidad era la nota dominante, los «guías» eran Bossuet y Pío IX; en otros donde priva la literatura, son grandes escritores, entre los cuales el que se encuentra lo más frecuentemente es Víctor Hugo, sin duda porque también era espiritista. Solamente, hay esto de curioso: en Víctor Hugo, no importa quién o incluso no importa qué se expresaba en verso de una perfecta corrección, lo que concuerda con nuestra explicación; decimos no importa qué, ya que recibía a veces «comunicaciones» de entidades fantasiosas, como la «sombra del sepulcro» (NA: y no hay más que dirigirse a sus obras para ver su proveniencia) (NA: Señalamos a este propósito que el «Espíritu de Verdad» (NA: denominación sacada del Evangelio) figura entre los firmantes del manifiesto que sirve de preámbulo al Livre des Esprits (NA: el prefacio de l’Evangile selon le Spiritisme lleva esta misma firma), y también que Víctor Hennequin, uno de los primeros espiritistas franceses, que por lo demás murió loco, era inspirado por el «alma de la tierra», que le persuadió de que había sido elevado al rango de «sub-dios» del planeta (NA: Ver Eugène Nus, Choses de l’autre monde, p. 139); ¿cómo los espiritistas, que atribuyen todo a los «desencarnados», explicarían estas rarezas?); pero, en el común de los espiritistas, Víctor Hugo ha olvidado hasta las reglas más elementales de la prosodia, si aquellos que le interrogan las ignoran ellos mismos. No obstante, hay casos menos desfavorables: un antiguo oficial (NA: hay muchos entre los espiritistas), que se ha hecho conocer por experiencias de «fotografía del pensamiento» cuyos resultados son al menos contestables, está firmemente convencido de que su hija está inspirada por Víctor Hugo; esta persona posee efectivamente una facilidad de versificación poco común, y ha adquirido incluso alguna notoriedad, lo que no prueba nada ciertamente, a menos de admitir con algunos espiritistas que todas las predisposiciones naturales se deben a una influencia de los «espíritus», y que aquellos que hacen prueba de algunos talentos desde su juventud son todos médiums sin saberlo; otros espiritistas, por el contrario, no quieren ver en los mismos hechos más que un argumento en favor de la reencarnación. Pero volvamos a las firmas de las «comunicaciones», y citemos lo que dice sobre este punto un psiquista poco sospechoso de parcialidad, el Dr. L. Moutin: «Un hombre de ciencia no estará satisfecho y estará lejos de aprobar «comunicaciones» idiotas de Alejandro Magno, de César, de Cristo, de la Santa Virgen, de San Vicente de Paul, de Napoléon I, de Víctor Hugo, etc., que sostienen que son exactas un gentío de pseudomédiums. El abuso de los grandes nombres es detestable, ya que hace nacer el escepticismo. Frecuentemente hemos demostrado a esos médiums que se equivocaban, al hacer, a los supuestos espíritus presentes, preguntas que aquellos debían conocer, pero que los médiums ignoraban. Así, por ejemplo, Napoléon I ya no se acordaba de Waterloo; san Vicente de Paul ya no sabía una palabra de latín; Dante no comprendía el italiano; Lamartine y Alfred de Musset eran incapaces de acoplar dos versos. Al coger a esos espíritus en flagrante delito y al hacer palpar la verdad a esos médiums, ¿piensan ustedes que quebrantábamos su convicción? No, ya que el espíritu guía sostenía que eramos de mala fe y que buscábamos impedir que se cumpliera una gran misión, misión atribuida a su médium. ¡Hemos conocido a varios de esos grandes misionarios que han terminado su misión en casas especiales!» (NA: Le Magnétisme humain, l’Hypnotisme et le Spiritualisme moderne, pp. 370-371.). Por su lado, Papus dice esto: «Cuando San Juan, la Virgen María o Jesucristo vienen a comunicarse, buscad en la asistencia a un creyente católico, es de su cerebro y no de otra cosa de donde ha salido la idea directriz. De igual modo cuando, así como yo lo he visto, se presenta d’Artanang, no hay más que ver (NA: sic) que se trata de un ferviente de Alejandro Dumas». A esto no tenemos que hacer más que dos correcciones: por una parte, es menester reemplazar el «cerebro» por el «subconsciente» (NA: estos «neoespiritualistas» hablan a veces como puros materialistas); por otra, como los «creyentes católicos» propiamente dichos son más bien raros en los grupos espiritistas, mientras que las «comunicaciones» de Cristo o de los santos no lo son, sería menester hablar solo de una influencia de ideas católicas, subsistentes en el estado «subconsciente» en aquellos mismos que se creen completamente «liberados» de ellas; el matiz es bastante importante. Papus prosigue en estos términos: «Cuando Víctor Hugo viene a hacer versos de trece pies o a dar consejos culinarios, cuando Mme Girardin viene a declarar su pasión póstuma a un médium americano (NA: Se trata de Henry Lacroix, de quien hablaremos más adelante.), hay noventa posibilidades sobre cien de que se trate de un error de interpretación. El punto de partida de la idea impulsora debe buscarse muy cerca» (NA: Traité méthodique de Science occulte, p. 847; cf. ibid., p. 341. -He aquí todavía un ejemplo citado por Dunglas Home, y que puede contarse ciertamente entre los más extravagantes: «En las notas de una sesión tenida en Nápoles, entre los espíritus que se presentaron ante tres personas, se ve a Margarita Pusterla, Dionisio de Siracusa, Cleopatra, Ricardo Corazón de León, Aladino, Belcadel, Guerrazzi, Manin y Vico; después Abraham, Melchisedeq, Jacob, Moisés, David, Senaquerib, Elíseo, Joaquín, Judith, Joel, Samuel, Daniel, María Magdalena, San Pablo, San Pedro y San Juan, sin contar a los demás, ya que se asegura en esas notas que los espíritus de la Biblia vinieron todos, unos después de otros, a presentarse ante el Nazareno, precedido por Juan Bautista» (NA: Les Lumières et les Ombres du Spiritualisme, pp. 168-169).). Diremos más claramente: en estos casos y en todos los demás sin excepción, hay siempre un error de interpretación por parte de los espiritistas; pero estos casos son quizás aquellos donde se puede descubrir más fácilmente el origen verdadero de las «comunicaciones», por poco que uno se libre a una pequeña encuesta sobre las lecturas, los gustos y las preocupaciones habituales de los asistentes. Bien entendido, las «comunicaciones» más extraordinarias por su contenido o por su proveniencia supuesta no son las que los espiritistas acogen con menos respeto y solicitud; estas gentes están completamente cegadas por sus ideas preconcebidas, y su credulidad parece no tener límites, mientras que su inteligencia y su discernimiento son de lo más estrecho; hablamos de la masa, ya que hay grados en la ceguera. El hecho de aceptar las teorías espiritistas puede ser una prueba de necedad o solo de ignorancia; aquellos que están en el primer caso son incurables, y no se puede hacer otra cosa que compadecerles; en cuanto a aquellos que se encuentran en el segundo caso, no es quizás lo mismo, y se puede buscar hacerles comprender su error, a no ser que esté tan arraigado en ellos que les haya impreso una deformación mental irremediable. El Error Espiritista : LA INFLUENCIA DEL MEDIO

Los espiritistas antireencarnacionistas de los países anglosajones no se han privado de ridiculizar estas locas imaginaciones: «Los partidarios de los delirios de Allan Kardec, dice Dunglas Home, se reclutan sobre todo en las clases burguesas de la sociedad. Para esas bravas gentes que no son nada, su consolación es creer que han sido un gran personaje antes de su nacimiento y que serán todavía una cosa importante después de su muerte» (NA: Les Lumières et les Ombres du Spiritualisme, p. 111.). Y en otra parte: «Además de la confusión escandalosa a la que esta doctrina conduce lógicamente (NA: en lo que concierne a las relaciones familiares y sociales), hay imposibilidades materiales que es menester tener en cuenta, por muy entusiasta que se sea. Una dama puede creer tanto como quiera que ha sido la pareja de un emperador o de un rey en una existencia anterior. ¿Pero cómo conciliar las cosas si nos encontramos, como ocurre frecuentemente, con una buena media docena de damas, igualmente convencidas, que sostienen haber sido cada una la queridísima esposa del mismo augusto personaje? Por mi parte, he tenido el honor de encontrar al menos doce María Antonieta, seis o siete María Estuardo, una muchedumbre de San Luis y otros reyes, una veintena de Alejandro y de Cesar, pero nunca un simple Juan Nadie» (NA: Ibid., pp. 124-125.). Por otra parte, hay también, sobre todo entre los ocultistas, partidarios de la reencarnación que han creído deber protestar contra lo que consideran como «exageraciones» susceptibles de comprometer su causa; así, Papus escribe esto: «Se encuentra en algunos medios espiritistas pobres desdichados que pretenden fríamente ser una reencarnación de Moliere, de Racine o de Richelieu, sin contar los poetas antiguos, Orfeo y Homero. Por el momento no vamos a discutir si estas afirmaciones tienen una base sólida o son del dominio de alienación mental; pero recordaremos que Pitágoras, al hacer el relato de sus encarnaciones anteriores, no se jactó de haber sido gran hombre (NA: Esto no es más que la confusión ordinaria entre la metempsicosis y la reencarnación.), y constatamos que es una singular manera de defender el progreso incesante de las almas en el infinito (NA: teoría del espiritismo) la que consiste en mostrar a Richelieu habiendo perdido todo rastro de genio y a Victor Hugo haciendo versos de catorce pies después de su muerte. Los espiritistas serios e instruidos, y hay más de los que se cree, deberían vigilar que tales hechos no se produzcan» (NA: Traité méthodique de Science occulte, p. 297.). Más adelante dice todavía: «Algunos espiritistas, exagerando esta doctrina, se dan como la reencarnación de todos los grandes hombres un poco conocidos. Un bravo empleado es Voltaire reencarnado… menos el espíritu. Un capitán retirado, es Napoléon vuelto de Santa Elena, aunque habiendo perdido el arte de medrar. En fin, no hay grupo donde María de Médicis, Mme de Maintenon, María Estuardo no hayan vuelto de nuevo en cuerpos de buenas burguesas frecuentemente enriquecidas, y donde Turena, Condé, Richelieu, Mazarino, Moliere, Jean-Jacques Russeau no dirijan alguna pequeña sesión. Ahí está el peligro, ahí está la causa real del estado estacionario del espiritismo desde hace cincuenta años; no es menester buscar otra razón que esa, agregada a la ignorancia y al sectarismo de los jefes de grupo» (NA: Traité méthodique de Science occulte, p. 342.). En otra obra mucho más reciente, vuelve de nuevo sobre este tema: «El ser humano que tiene consciencia de este misterio de la reencarnación imagina de inmediato el personaje que ha debido ser, y, como por azar, se encuentra que ese personaje ha sido siempre un hombre considerable sobre la tierra, y de una alta situación. En las reuniones espiritistas o teosofistas, se ven muy pocos asesinos, borrachos, antiguos comerciantes de legumbres o asistentes (NA: profesiones en suma honorables) reencarnados; es siempre Napoléon, una gran princesa, Luis XIV, Federico el Grande, alguno Faraones célebres, quienes están reencarnados en la piel de bravas gentes que llegan a figurarse haber sido estos grandes personajes que imaginan. Para dichos personajes sería ya un castigo bastante fuerte haber vuelto sobre la tierra en parecidas condiciones… El orgullo es el gran escollo de muchos partidarios de la doctrina de las reencarnaciones, el orgullo juega frecuentemente un papel tan nefasto como considerable. Si se guardan los grandes personajes de la historia para reencarnarse uno mismo, es menester reconocer que los adeptos de esta doctrina conservarán los asesinos, los grandes criminales y frecuentemente los grandes calumniados para hacer que se reencarnen sus enemigos» (NA: La Réincarnation, pp. 138-139 y 142-143.). Para remediar el mal que ha denunciado así, he aquí lo que Papus ha encontrado: «Se puede tener la intuición de que se ha vivido en tal época, de que se ha estado en tal medio, se puede tener la revelación, por el mundo de los espíritus, de que se ha sido una gran dama contemporánea del grandísimo filósofo Abelardo, tan indignamente comprendido por los groseros contemporáneos, pero no se tiene la certeza del ser exacto que se ha sido sobre la tierra» (NA: Ibid., p. 141.). Por consecuencia, la gran dama en cuestión no será necesariamente Eloisa, y, si se cree haber sido tal personaje célebre, es simplemente porque se habrá vivido en su medio, quizás en calidad de doméstica; evidentemente, Papus piensa que en esto hay con qué poner un freno a las divagaciones causadas por el orgullo; pero dudamos que los espiritistas se dejen persuadir tan fácilmente de que deben renunciar a sus ilusiones. Desgraciadamente, hay también otros géneros de divagaciones que apenas son menos lastimosas; esa prudencia y esa sabiduría, por lo demás relativas, de las que Papus hace prueba, no le impiden escribir a él mismo, y al mismo tiempo, cosas del cariz de éstas: «Cristo tiene un apartamento (NA: sic) donde encierra miles de espíritus. Cada vez que un espíritu del apartamento de Cristo se reencarna, obedece sobre la tierra a la ley siguiente: 1 es el primogénito de su familia; 2 su padre se llama siempre José; 3 su madre se llama siempre María, o la correspondencia numérica de estos nombres en otras lenguas. Finalmente, hay en este nacimiento de los espíritus que vienen del apartamento de Cristo (NA: y no decimos de Cristo mismo) aspectos planetarios completamente particulares que es inútil revelar aquí» (NA: La Réincarnation, p. 140.). Sabemos perfectamente a quién quiere hacer alusión todo eso; podríamos contar toda la historia de ese «Maestro», o supuesto tal, que decía que era «el espíritu más viejo del planeta», y «el jefe de los Doce que pasaron por la Puerta del Sol, dos años después del medio del siglo». ¡Aquellos que se negaban a reconocer a este «Maestro» se veían amenazados con un «retraso de evolución», antes de traducirse por una penalidad de treinta encarnaciones suplementarias, ni una más ni una menos! El Error Espiritista : EXTRAVAGANCIAS REENCARNACIONISTAS


René Guénon