Has comprendido entonces, después de todo esto, que hay dos tipos de ojos: un ojo externo y un ojo interno. El ojo externo pertenece al mundo sensible y visible, el ojo interno pertenece a otro mundo, el del Reino celeste (Malakût). A cada ojo corresponde respectivamente un sol y una luna mediante las cuales se complementa su visión. Hay un sol exterior y un sol interior. El sol exterior pertenece al mundo visible, es el sol sensible; el sol interior pertenece al mundo del Reino celeste, se identifica con el Corán y con otros Libros divinos revelados.
En la medida en que esto te es revelado completamente, la primer parte del Reino celeste se abre ante tí. Hay en ese mundo maravillas al lado de las cuales el mundo visible parece despreciable. Si no se desea partir para alcanzarlo, si uno se queda paralizado en la impotencia y mediocridad del mundo visible, es porque todavía se es una bestia, privado de la dignidad de la condición humana y más lejano de ella que una bestia, ya que esta no tiene alas para volar y elevarse hasta el mundo celeste. Por esto Dios ha dicho: “Ellos son como las bestias de una tropilla, y más bajos todavía”. Sabe que el mundo visible, en relación al Reino celeste, es como la cascara en relación a la semilla, como la forma en relación al soplo que la anima (rûh), como las tinieblas en relación a la luz, como lo bajo en relación a lo alto. Por eso se designa al mundo del Reino celeste bajo los nombres del mundo superior, mundo espiritual, mundo luminoso, en oposición con el mundo inferior, el mundo corporal, el mundo tenebroso.
¡No has de creer que entendemos por mundo superior las esferas celestes, pues el hecho de que ellas se ubican en lo “alto” y “en lo bajo” en relación al mundo visible y sensible, es cosa que las bestias también perciben. La puerta del Reino no será abierta a un hombre (abd) y no se tornara “celestial” (malakûtî), en tanto que, para él, la tierra no haya sido “reemplazada por otra tierra, y los cielos (por otros cielos)”, en tanto que todo lo que entra en el dominio de los sentidos y de la imaginación no se haga su “tierra” y todo lo que sobrepase el dominio sensible no se torne su “cielo”. Tal es la primera ascención (miraj) del peregrino espiritual (sâlik) que ha comenzado su viaje para acercarse al Señor. El ser humano (isan) que habita “lo más bajo de lo más bajo” puede elevarse a partir de aquí hasta el mundo superior. Los Angeles (Malâ’ika) que se paran con devoción delante de los Muy—Santos, son parte del Reino celeste, desde el cual dominan el mundo.inferior. Sobre esto dice el Profeta: “Dios ha creado a los hombres en las tinieblas, después, sobre ellas, ha repartido la luz” y: “Dios tiene ángeles que conocen los actos de los hombres mejor que ellos mismos”. Cuando los Profetas llegan al término de su ascensión y dominan desde allí el mundo inferior, mirando desde lo alto penetran también en el fondo de los corazones de los hombres y disponen enteramente del conocimiento de lo que está oculto (ghayb). En efecto, aquél que se encuentra en el Reino celeste se encuentra cerca de Dios, “que detenta las llaves de todo lo oculto”. Esto implica que es del Reino Celeste de donde descienden las causas de los seres del mundo visible, y este es como un trazo del mundo superior, análogo a la sombra en relación a la persona, al fruto en relación a lo que lo produce, o al efecto en relación a la causa. Por esto, el reino visible es un símbolo del mundo del Reino celeste, como lo precisaremos más adelante al explicar que son “el Tabernáculo”, “la Lámpara” y “el Árbol”. El efecto no puede dejar de corresponder a la causa, y de un cierto modo, de parecerse a ella. Hay allí un profundo misterio; pero quien penetre en el corazón de esta verdad, verá caer los velos de las significaciones ocultas de los símbolos del Corán.