René Guénon — Ashoka
En el siglo VI antes de la era cristiana, cualquiera que haya sido su causa, se produjeron cambios considerables en casi todos los pueblos; por lo demás, estos cambios presentaron caracteres diferentes según los países. En algunos casos, fue una readaptación de la tradición a otras condiciones que las que habían existido anteriormente, readaptación que se cumplió en un sentido rigurosamente ortodoxo; esto es lo que tuvo lugar concretamente en China, donde la doctrina, constituida primitivamente en un conjunto único, fue dividida entonces en dos partes claramente distintas: el Taoísmo, reservado a una élite, y que comprendía la metafísica pura y las ciencias tradicionales de orden propiamente especulativo, y el Confucionismo, común a todos sin distinción, y que tenía por dominio las aplicaciones prácticas y principalmente sociales. En los Persas, parece que haya habido igualmente una readaptación del Mazdeísmo, ya que esta época fue la del último Zoroastro (Es menester destacar que el nombre de Zoroastro no designa en realidad a un personaje particular, sino una función, a la vez profética y legisladora; hubo varios Zoroastros, que vivieron en épocas muy diferente; y es verosímil incluso que esta función debió tener un carácter colectivo, del mismo modo que la de Vyâsa en la India, y del mismo modo también que, en Egipto, lo que se atribuyó a Thoth o a Hermes representa la obra de toda la casta sacerdotal.). En la India, se vio nacer entonces el Budismo, que, cualquiera que haya sido por lo demás su carácter original (En realidad, la cuestión del Budismo está lejos de ser tan simple como podría dar a pensar esta breve apercepción; y es interesante notar que, si los Hindúes, bajo el punto de vista de su propia tradición, han condenado siempre a los Budistas, muchos de entre ellos por eso no profesan menos un gran respeto por el Buddha mismo, respeto que en algunos llega incluso hasta ver en él el noveno Avatâra, mientras que otros identifican a éste con Cristo. Por otra parte, en lo que concierne al Budismo tal como se conoce hoy, es menester tener buen cuidado de distinguir entre sus dos formas del Mahâyâna y del Hînayâna, o del «Vehículo Mayor» y del «Vehículo Menor»; de una manera general, se puede decir que el Budismo fuera de la India difiere notablemente de su forma original india, que comenzó a perder terreno rápidamente después de la muerte de Ashoka y desapareció completamente algunos siglos más tarde.), debía desembocar, al contrario, al menos en algunas de sus ramas, en una rebelión contra el espíritu tradicional, rebelión que llegó hasta la negación de toda autoridad, hasta una verdadera anarquía, en el sentido etimológico de «ausencia de principio», en el orden intelectual y en el orden social. Lo que es bastante curioso, es que, en la India, no se encuentra ningún monumento que remonte más allá de esta época, y los orientalistas, que quieren hacer comenzar todo con el Budismo cuya importancia exageran singularmente, han intentado sacar partido de esta constatación en favor de su tesis; no obstante, la explicación del hecho es bien simple: es que todas las construcciones anteriores eran en madera, de suerte que han desaparecido naturalmente sin dejar rastro (Este caso no es particular a la India y se encuentra también en Occidente; es exactamente por la misma razón por lo que no se encuentra ningún vestigio de las ciudades celtas, cuya existencia no obstante es incontestable, puesto que está atestiguada por testimonios contemporáneos; y, ahí igualmente, los historiadores modernos han aprovechado esta ausencia de monumentos para describir a los Celtas como salvajes que vivían en los bosques.); pero lo que es verdad, es que un tal cambio en el modo de construcción corresponde necesariamente a una modificación profunda de las condiciones generales de existencia del pueblo donde se ha producido. 1076 La Crisis del mundo moderno: CAPÍTULO I
Hemos dicho que la idea de la reencarnación contribuye enormemente a trastornar a muchas personas en nuestra época; vamos a mostrarlo ahora citando ejemplos de las extravagancias a las que da lugar, y eso será, después de todas las consideraciones metafísicas que hemos debido de exponer, una diversión más bien amena; a decir verdad, hay algo bastante triste en el fondo en el espectáculo de todas esas locuras, pero no obstante es muy difícil impedirse reír algunas veces. Bajo esta relación, lo que se tiene más frecuentemente la ocasión de constatar en los medios espiritistas, es una megalomanía de un género especial: esas gentes se imaginan casi todos que son la reencarnación de personajes ilustres; hemos hecho destacar que, si se juzga al respecto por las firmas de las «comunicaciones», los grandes hombres se manifiestan de mucha mayor buena gana que los demás; es menester creer que se reencarnan también mucho más frecuentemente, e incluso simultáneamente en múltiples ejemplares. En suma, este caso no difiere de la megalomanía ordinaria más que sobre un punto: en lugar de creerse grandes personajes en el presente, los espiritistas remiten su sueño enfermizo al pasado; hablamos de los espiritistas porque son el mayor número, pero hay también teosofistas que no están menos tocados (NA: hemos visto en otra parte a M. Leadbeater asegurar seriamente que el coronel Olcott era la reencarnación de los reyes Gushtasp y Ashoka) (NA: El Teosofismo, p. 105 (NA: ed. francesa).). Los hay también en quienes el mismo sueño se transforma en una esperanza para el porvenir, y es quizás una de las razones por las que encuentran la reencarnación tan «consoladora»; en la sección de las enseñanzas de la H. B. of L., de la que hemos reproducido algunos extractos en el capítulo precedente, se hace alusión a gentes que afirman que «aquellos que han llevado una vida noble y digna de un rey (NA: aunque sea en el cuerpo de un mendigo), en su última existencia terrestre, revivirán como nobles, reyes, u otros personajes de alto rango», y se agrega muy justamente que «tales aserciones no son buenas sino para probar que sus autores no hablan más que bajo la inspiración de la sentimentalidad, y que les falta conocimiento». 1881 El Error Espiritista: EXTRAVAGANCIAS REENCARNACIONISTAS
Otro punto que es bueno indicar a este propósito es que existe un lazo bastante estrecho entre la forma sentimental de una doctrina y su tendencia a la difusión, tendencia que existe en el budismo como en las religiones, así como lo prueba su expansión en la mayor parte de Asia; pero, ahí también, es menester no exagerar la semejanza, y quizás no es muy justo hablar de los «misioneros» búdicos que se extendieron fuera de la India en algunas épocas, ya que, además de que en eso no se trata nunca de hecho más que de algunos personajes aislados, la palabra hace pensar demasiado inevitablemente en los métodos de propaganda y de proselitismo que son lo propio de los occidentales. Lo que es muy destacable, por otra parte, es que, a medida que se producía esta difusión, el budismo declinaba en la India misma y acababa por extinguirse en ella enteramente, después de haber producido allí en último lugar escuelas degeneradas y claramente heterodoxas, que son a las que apuntan las obras hindúes contemporáneas de esta última fase del budismo indio, concretamente las de Sankara, que no se ocupa de él más que para refutar las teorías de esas escuelas en el nombre de la doctrina tradicional, sin imputarlas, por lo demás, al fundador mismo del budismo, lo que indica bien que en eso no se trataba más que de una degeneración; y lo más curioso es que son precisamente estas formas disminuidas y desviadas las que, a los ojos de la mayor parte de los orientalistas, pasan por representar, con la mayor aproximación posible, al verdadero budismo original. Volveremos a ello dentro de un momento; pero, antes de ir más lejos, importa precisar bien que, en realidad, la India no fue nunca budista, contrariamente a lo que pretenden generalmente los orientalistas, que de alguna manera quieren hacer del budismo el centro mismo de todo lo que concierne a la India y a su historia: la India antes del budismo, la India después del budismo, tal es el corte más claro que creen poder establecer allí, entendiendo con ello que el budismo dejó, incluso después de su extinción total, una huella profunda en su país de origen, lo que es completamente falso por la razón misma que acabamos de indicar. Es cierto que esos orientalistas, que se imaginan que los hindúes han debido hacer plagios a la filosofía griega, podrían sostener así mismo, sin mucha más inverosimilitud, que han debido hacerlos también el budismo; y no estamos muy seguros de que no sea ese el fondo del pensamiento de algunos de entre ellos. Es menester reconocer que hay, a este respecto, algunas excepciones honorables, y es así como Barth ha dicho que «el budismo ha tenido sólo la importancia de un episodio», lo que, en lo que concierne a la India, es la estricta verdad; pero, a pesar de eso, la opinión contraria no ha cesado de prevalecer, sin hablar, bien entendido, de la grosera ignorancia del vulgo que, en Europa, se figura gustosamente que el budismo reina todavía actualmente en la India. Lo que sería menester decir, es sólo que, hacia la época del rey Ashoka, es decir, hacia el siglo III antes de la era cristiana, el budismo tuvo en la India un período de gran extensión, al mismo tiempo que comenzaba a extenderse fuera de la India, y que este período fue, por lo demás, seguido prontamente de su declive; pero, inclusive para esta época, si se quisiera encontrar una similitud en el mundo occidental, se debería decir que esa extensión fue más bien comparable a la de una orden monástica que a la de una religión que se dirige a todo el conjunto de la población; esta comparación, sin ser perfecta, sería ciertamente la menos inexacta de todas. 4076 IGEDH: A propósito del budismo
Por otro lado, no se puede negar que la Sociedad Teosófica no haya intentado anexarse el budismo, incluso simplemente «exotérico»; esta tentativa estuvo marcada en primer lugar por la publicación, en 1881, de este Catéchisme Bouddhique de Olcott que acabamos de mencionar. Este opúsculo estaba arropado con la aprobación del Rev. H. Sumangala, principal del Vidyodaya Parivena (Colegio) de Colombo, quien, para esa circunstancia, se titulaba «Gran Sacerdote de la Iglesia Búdica del Sur», dignidad cuya existencia nadie había sospechado hasta entonces. Algunos años más tarde, el mismo Olcott, después de un viaje al Japón y de un recorrido por Birmania, se jactó de haber operado la reconciliación de las Iglesias Búdicas del Norte y del Sur. Sumangala escribía entonces: «Debemos al coronel Olcott el catecismo en el que nuestros hijos aprenden los primeros principios de nuestra religión, y nuestras relaciones fraternales de ahora con nuestros correligionarios del Japón y de otros países budistas». Convendrá agregar que las escuelas donde se enseñaba el catecismo de Olcott no eran más que creaciones teosofistas; sobre este punto tenemos el testimonio de Mme Blavatsky, que escribía en 1890: «En Ceylán, hemos devuelto a la vida y comenzado a purificar el budismo; hemos establecido escuelas superiores, nos hemos hecho cargo de aproximadamente unas cincuenta escuelas de menos importancia, poniéndolas bajo nuestra supervisión». Además, hacia la misma época, Sir Edwin Arnold, autor de Lumiére de l’Asie, había ido a la India para trabajar, él también, en el acercamiento de las iglesias búdicas; ¿no es lícito encontrar muy sospechosas estas iniciativas occidentales en semejante materia? Fue quizá para legitimar el papel de Olcott por lo que M. Leadbeater ha contado que él había sido, en una de sus encarnaciones anteriores, el rey de Ashoka, gran protector del budismo, después de haber sido también, en otra, Gushtasp, rey de Persia y protector del zoroastrismo; ¡así pues, los espiritistas no son los únicos en tener la manía de creerse reencarnaciones de personajes ilustres! Cuando murió Olcott, se colocó sobre su cuerpo, con la bandera norteamericana, «el estandarte budista que había imaginado él mismo y en el que estaban dispuestos, en su orden, los colores del aura del Señor Buddha: fantasía de «clarividente» a la que los budistas auténticos no han podido acordar nunca la menor importancia. En el fondo, toda esta historia se relaciona sobre todo con el papel político de la Sociedad Teosófica, acerca del cual tendremos la ocasión de explicarnos más adelante; por lo demás, no parece haber tenido consecuencias en lo que concierne a la unión de las diferentes ramas del budismo, pero es menester creer que los teosofistas no han renunciado a utilizar el budismo del Sur, ya que uno de ellos, M. C. Jinarâjadâsa, anunciaba recientemente que había recibido del «Sumo Sacerdote de Colombo» el poder de admitir en la religión búdica a los europeos que lo desean. Eso redujo a la iglesia en cuestión, como a cierta iglesia cristiana de la que hablaremos, al rango de las múltiples organizaciones que la Sociedad Teosófica emplea como auxiliares para su propaganda y para la realización de sus designios especiales. 7842 El Teosofismo: X — EL BUDISMO ESOTÉRICO