Valentin Weigel — INFLUÊNCIAS
Son idénticas las ideas centrales y los puntos en litigio en Weigel, en Schwenckfeld y en Franck: oposición del espíritu a la letra (der Geist macht lebendig, der Buchstabe tötet). Como ellos, Weigel afirma la acción directa e inmediata de Dios sobre el alma. Como ellos, identifica a Cristo con el Logos interior. El Cristo interior, luz que ilumina, purifica realmente y santifica el alma, le parece al mismo tiempo como naciente en el alma y como innato en ella (lux insita nobis), como ley divina inscrita por Dios en el corazón de los hombres (lex divina a Deo in corde humana inscripta), como más cercano al alma que el alma misma (intimio animae quam anima ipsa). Como Sebastián Franck, Valentín Weigel es partidario de la doctrina de la inspiración y de la revelación universales; como para el primero, la verdadera Iglesia cristiana, la Iglesia Católica, no se compone de personas que pertenecen a una secta o a una comunidad religiosa determinada y distinta. No, por todas partes, en todas las Iglesias, en todas las creencias, entre todos los pueblos del mundo, entre los luteratos de igual modo que entre los calvinistas, los papistas, los judíos, los turcos, los paganos y los habitantes de las islas, por todas partes hay cristianos. Y poco importa que nunca hayan oído hablar de la vida y muerte de Jesús, poco importa que crean o no crean en este o en aquel dogma, en esta o en aquella doctrina. Porque las formulae concordiae, Augustanae confessiones, las fórmulas de los concilios y de los santos padres, los Loci theologici, todo eso no es más que obra humana y letra muerta; lo que importa es la vida religiosa, es el amor a Dios, es la fe, el abandono de sí mismo. Y esta unión de verdaderos fieles es lo que forma la Iglesia, la única Iglesia para ia cual la vieja fórmula: extra ecclesiam nulla salus conserva todavía, según Weigel, un sentido aceptable.
Sin embargo, las concepciones de Weigel y de Franck son análogas, pero no idénticas. Las influencias humanistas, tan visibles en Franck desaparecen casi completamente en Weigel, y si habla aún de cristianos y de miembros de la verdadera Iglesia Católica, entre los paganos y los turcos, jamás hace mención, sin embargo, a los «paganos iluminados» y jamás presenta como representantes de esta Iglesia a los antiguos filósofos del paganismo. Por eso para él el punto de partida no es como para Franck la vida moral sino la vida religiosa; y esta no tiene valor más que cuando implique un abandono de sí mismo, la «muerte espiritual», la Gelassenkeit. No es el hombre quien obra en el alma regenerada, sino Dios. La acción moral, en tanto que afirma y posee la independencia del hombre, le aleja de Dios en lugar de acercarle a él. Entre la acción moral y la vida religiosa hay la misma distancia que entre la actitud servil del hombre natural y la costumbre filial del hombre regenerado. El siervo espera una recompensa por los actos que realiza o cree haber realizado por sí mismo. El hombre regenerado no se atribuye nada, no tiene méritos; no aspira a ninguna recompensa; no busca siquiera su propia salvación; se abandona a Dios, se pierde en su amor por Dios para reencontrarse en Dios. Pero si se reencuentra al perderse, aspira, sin embargo, a perderse, no a reencontrarse.
Es, pues, un punto de vista distinto al de Sebastián Franck el que vincula a Valentín Weigel a la ortodoxia de su época. No insiste en modo alguno en la libertad y la perfección natural del hombre; tampoco es la predestinación lo que combate, aunque no niegue la libertad humana. Lo que le importa sobre todo es el carácter personal, la acción real de la gracia.
Influências na doutrina de Valentin Weigel
La doctrina de Weigel contenida en los escritos cuya autenticidad nadie ha puesto en duda hasta el día de hoy, y que presenta un carácter indudable de unidad de pensamiemto y de estilo, es curiosa e interesante porque ofrece una primera síntesis, o si se prefiere, un primer intento de síntesis de las diversas corrientes de ideas cuya lucha llena todo el siglo XVI alemán: la corriente mística que prolonga la de Eckhart, la de Johannes Tauler y la de la Teología germánica; la corriente mágico-alquímica que con Paracelso y su escuela ha desempeñado un papel de primera importancia en la formación intelectual de la época; los movimientos ideológicos nacidos de la Reforma propiamente dicha; y por último, las corrientes espiritualistas a las que se vincula Schwenckfeld, los espiritualistas-baptistas, Sebastián Frank, etc. Valentín Weigel no está solo; tampoco es un pensador independiente, aunque no carece de originalidad: a veces basta con retraducir a latín sus fórmulas alemanas, o leer las que él mismo había escrito en latín para descubrir, al lado de las influencias místicas y paracelsistas, la huella de las docrinas de la escuela; las proposiciones que tanto sorprendieron a Opel y Gruetzmacher, que les hicieron ver en Weigel un precursor desconocido de Kant y de Fichte, no hacen, en realidad, otra cosa que referir textos de San Agustín, de Boecio o de Santo Tomás. Si se las mira de cerca, muchas de sus proposiciones paradójicas se convierten en expresiones banales de los lugares comunes de la vieja o nueva escolástica. Hay, además, un hecho general: la originalidad de la mística alemana, el carácter paradójico de sus doctrinas, su novedad procede a veces —incluso con mucha frecuencia— del hecho de la expresión alemana. Estos rasgos se debilitan sensiblemente cuando una fórmula latina nos permite apreciar en su justo valor los términos de su enseñanza. Weigel no escapa a la regla común. Además, menos incluso que sus predecesores, no tiene intención alguna de aportar algo completemente nuevo, alguna cosa totalmente inédita. Cita en abundancia a los místicos, y los nombres de Denis el Areopagita, del maestro Eckhart, de Thauler, de la Teología germánica, para la que incluso compuso un pequeño prólogo-comentario, aparecen constantemente bajo su pluma. Tampoco oculta sus préstamos de Paracelso o de Sebastián Franck, y si con frecuencia no los cita con todas sus letras, ninguno de sus lectores podría llamarse a engaño con las alusiones que hace a sus doctrinas. No oculta sus simpatías por Karlstadt (Andreas Karlstadt) y Hetzer; a este último le roba incluso varias de sus famosas estrofas, como cita, sin nombre de autor, al fin de su Dialogus de Christianismo. Este último rasgo resulta bastante significativo porque en su época todo el mundo conocía la célebre canción de los anabaptistas; era una divisa o un sello con el que marcaba su obra. Emplea fórmulas y términos que, evidentemente, había tomado de Nicolás de Cusa. Había leído a los padres latinos y griegos. Había estudiado a Aristóteles y a los platónicos. Ya hemos dicho cuan grande fue la influencia de Paracelso sobre él. Observemos, ademas, que invoca la autoridad de Erasmo.