Comentários ao Poimandres
El descenso del Hombre; el Alma Planetaria
La entrada del Hombre en la esfera demiúrgica marca el comienzo de su historia mundana interior. El tributo que le ofrecen los siete Gobernadores, cada uno de los cuales le entrega una parte de su propio reino, parece tratarse de una acreción positiva de su propio ser: el Hombre absorbe y guarda en sí mismo la naturaleza de la Armonía, es decir, los poderes de los siete Gobernadores en sus respectivas esferas; y esto, al menos a los ojos de la Naturaleza inferior, parece acrecentar la atracción de la forma divina cuando éste se muestra a ella. No obstante, no debe olvidarse que los Gobernadores y sus esferas fueron moldeados por el Demiurgo en el fuego, que, aunque el más puro, es todavía uno de los elementos físicos que originaron la Oscuridad Primordial. Así, tenemos ya motivos para sospechar que los regalos de los poderes planetarios podrían no haber sido del todo deseables para un ser de divinidad pura, y que podrían implicar algunos aspectos fatales. En el contexto inmediato nada haría sospechar tal cosa y, por el contrario, parecería rechazar esa idea, si no fuera por la descripción posterior de la ascensión del alma y por distintos relatos, dentro y fuera de la literatura hermética, de su descenso original, a través de las esferas, hasta su morada terrenal. Aquí nos encontramos, sin duda, con uno de los ejemplos característicos de la naturaleza compuesta de la religión hermética en los cuales se oscila entre el significado pregnóstico y gnóstico del mismo tema mitológico. Se trata del equipamiento planetario del alma. La concepción pertenece al orden de ideas astrológico: cada uno de los poderes planetarios contribuye al equipamiento del alma antes de su encarnación. Es una cosmología afirmativa, éstos son regalos útiles para el hombre en su existencia terrenal. Por otro lado, el hecho de que estos componentes físicos se encuentren también en él hace que el hombre esté ligado simpáticamente a sus fuentes astrales, es decir, al cosmos, en cuya “Armonía” así participa. Asimismo el hombre está sujeto a las influencias de las estrellas, y por lo tanto a la heimarméne —la premisa básica de la astrología- a través de esta simpatía. No habrá, sin embargo, nada deletéreo en esta concepción mientras el cosmos sea considerado bueno; sin duda, se trata de la expresión de la devoción cósmica.
El gnosticismo dio un nuevo giro a este grupo de ideas herméticas, al considerar a los componentes planetarios del alma corrupciones de su naturaleza original formadas en su descenso a través de las esferas cósmicas. El cristiano Arnobio califica el siguiente texto de enseñanza hermética:
Mientras nos deslizamos apresuradamente hacia abajo, hacia los cuerpos humanos, de las esferas cósmicas se adhieren a nosotros las causas por las cuales empeoramos para siempre (Adv.nat. II.16)
Un paralelismo muy próximo al relato del Poimandres sobre la ascensión del alma se encuentra en la siguiente descripción del descenso:
Al descender, las almas arrastran consigo el torpor de Saturno, la cólera de Marte, la concupiscencia de Venus, la codicia de riquezas de Mercurio, la lujuria de poder de la Júpiter; cosas todas que producen confusión en las almas, de modo que dejan de utilizar su propio poder y sus propias facultades (Servio, In Aen. VI. 71).
Estas expresiones dejan claro que lo que se adhiere al alma en su viaje descendente tiene el carácter de entidades substanciales aunque inmateriales, descriptas con frecuencia como “envolturas” o “vestidos”. En consecuencia, el “alma” terrenal resultante es comparable a una cebolla con tantas capas como las que aparecen en el modelo del cosmos, sólo que en orden inverso: lo más externo allí es aquí lo más interno; y, una vez que la encarnación completa el proceso, lo que es más interno en el esquema esférico del cosmos —la tierra- es, como cuerpo, el vestido más externo del hombre. Que este cuerpo es una fatalidad para el alma había sido predicado mucho tiempo atrás por los órficos, cuyas enseñanzas vivían un renacimiento en la época del gnosticismo. No obstante, ahora las capas físicas se consideran también fallas y trabas del espíritu transmundano.
Al mirar hacia abajo desde la cima más alta y la luz perpetua, y después de haber contemplado con secreto anhelo la apetencia del cuerpo y su “vida”, llamada así en la tierra, el alma, por el mismo peso de esto, hunde gradualmente su pensamiento terrenal en el mundo inferior… A cada esfera (que pasa) se vista con una capa etérea, de modo que gracias a éstas se reconcilia con la compañía de este vestido terrenal por etapas. Y así atraviesa tantas muertes como esferas cruza hacia lo que aquí, en la tierra, recibe el nombre de “vida” (Macrobio, In somn, Scip. II. 11)
Ahora bien, ¿en qué consisten estas acrecencias extrañas? Sumadas entre sí, forman el carácter empírico del hombre y comprenden todas las facultades y tendencias por las cuales el hombre se relaciona con el mundo de la naturaleza y con la sociedad; es decir, constituyen lo que normalmente se llamaría su “psique”. Y ¿cuál es la entidad original a la que se superponen estas acrecencias? Esta entidad sería el principio acósmico que vive en el hombre, normalmente oculto cuando éste se ocupa de sus preocupaciones terrenales y sólo perceptible de forma negativa por una sensación de extrañamiento, de absoluta no pertenencia; un principio que deviene positivo sólo a través de la gnosis que se obtiene cuando, en la contemplación de la luz divina, se advierte un contenido acósmico propio, que lo restaura, por tanto, a su condición original. Con frecuencia, este principio divino recibe el nombre de “pneuma”, mientras el término “psique” queda reservado a su envoltura “cósmica” manifiesta. Los escritos herméticos evitan el término “pneuma” en el sentido espiritual , y lo reemplazan por nous. En otros lugares, sin embargo, el término “psique” es también utilizado con calificaciones apropiadas para ambas partes, y a menudo, como en las citas precedentes, leemos simplemente que el “alma” desciende y padece el deterioro descrito. En ese caso, allí donde la dignidad tradicional del término “alma” se conserva, los deterioros reciben el nombre o de espíritus superpuestos al alma original o de una segunda alma que contiene a la primera. Para la primera versión, citamos a Clemente de Alejandría:
Esos que adoran a Basílides tienen la costumbre de llamar a las pasiones “apéndices”, las cuales, dicen, son en esencia ciertos espíritus adheridos al alma racional como consecuencia de un solevantamiento original y de una confusión (Strom. II.20.112).
En la escuela de Basílides todos estos “apéndices” fueron considerados constitutivos de un alma, como demuestra el título de un libro perdido de su hijo Isidoro, Del alma acrecentada, que trataba sobre “la fuerza de los apéndices” (ibid). Esta situación nos lleva a una teoría de dos almas, en relación con el hombre terrenal, que encontramos claramente enunciada como doctrina hermética en una obra platónica posterior.
El hombre tiene dos almas: la una viene del Primer Intelecto y comparte también el poder del Demiurgo, la otra ha sido originada en la revolución de los cielos, y allí entra el alma que ve a Dios. Siendo esto así, el alma que ha descendido hasta nosotros de las esferas (literalmente “mundos”) sigue las revoluciones de las esferas; pero la que está presente en nosotros, como intelecto del Intelecto, es superior al ciclo del devenir, y es a través de ella como la liberación de la heimarméne y la ascensión a los Dioses Inteligibles se produce (Jámblico, De Myst. VIII.6).
Por dar una cita más, el gnóstico sirio Bardesanes dice:
Hay poderes hostiles, estrellas y signos, un cuerpo del Maligno sin resurrección, un alma de los Siete. (Efrem., Hymn. 53)
Podríamos multiplicar los testimonios de la doctrina del alma planetaria (por ejemplo, de la literatura mandea y de Pístis Sophía), pero creemos que nuestra selección ha aclarado suficientemente la esencia del concepto.
La cita hermética de Iamblichus muestra con especial claridad la base que sustenta esta mitología: no sólo un rechazo del universo físico a la luz del pesimismo, sino la afirmación de una idea totalmente nueva sobre la libertad humana, muy diferente del concepto moral que sobre ésta habían desarrollado los filósofos griegos. Por mucho que el hombre esté determinado por la naturaleza, de la cual es parte esencial o integral —y al sondear su propia naturaleza intrínseca descubre, capa tras capa, esta dependencia-, queda todavía un centro más profundo que no pertenece al reino de la naturaleza y por el cual el hombre se encuentra por encima de las urgencias y necesidades de ésta. La astrología es una verdad del hombre natural, es decir, de cada hombre como miembro del sistema cósmico, pero no del hombre espiritual que vive dentro del natural. Por primera vez en la historia, se señala la diferencia radical entre el hombre y la naturaleza y la profundamente conmovedora experiencia se expresa en extrañas y sugerentes enseñanzas. Esta grieta entre hombre y naturaleza no volverá a cerrarse nunca, y al defender su oculta pero esencial otredad, se convertirá, con múltiples variaciones, en un tema permanente comprometido con la búsqueda de la verdad del hombre.