Alexandre Koyre — Místicos, espirituais e alquimistas do século XVI alemão
Pero para comprender mejor la teología de Weigel debemos estudiar primero su doctrina metafísica y su doctrina del conocimiento (gnosis). Son muy curiosas y nos muestran, con la ayuda de un ejemplo sorprendente, el grave peligro que encierra la interpretación de una doctrina filosófica con el apoyo de las de sus sucesores supuestos o reales.
Más arriba hemos dicho que se tiene la costumbre de considerar a V. Weigel como un «precursor» de la filosofía idealista alemana. Se le ha glorificado incluso por haber «presentido» las doctrinas de Kant sobre la subjetividad del conocimiento (gnosis), así como la del tiempo y del espacio, y de haber anunciado la doctrina de Hegel sobre el Absoluto impersonal que toma conciencia de sí mismo en el hombre.
No pretendemos plantear aquí el problema, muy interesante en nuestra opinión, de saber si el idealismo alemán debe ser, efectivamente, considerado como un resultado de la misma corriente intelectual que había producido a V. Weigel. Digamos sólo que nos parece muy probable. Pero por ahora queremos tratar de estudiar las doctrinas de Weigel en función y a la luz de las de sus maestros y sus precursores y no a la de sus sucesores lejanos.
En la mayoría de sus obras, en el gnothi seauton, tanto como Güldener Griff, en el Scholasterium Christianum y en el Von Orth der Welt, Weigel repite sin cansarse dos proposiciones que por motivos distintos parecen tener para su doctrina una importancia capital: Primero, que el conocimiento (gnosis) proviene del sujeto cognoscente y no del objeto conocido, y segundo, que el mundo no está en ninguna parte. Cognitio est in cognoscente, non in cognito, dice Weigel, y añade que el sujeto cognoscente es activo en el acto de conocimiento (gnosis). El conocimiento (gnosis) se hace en él, es él quien lo determina.
Comparando estos pasajes y la doctrina que en ellos se encierra (doctrina según la cual el sujeto cognoscente produce por sí mismo el conocimiento (gnosis) y lo conocido), Weigel ha podido parecer como mantenedor de la famosa doctrina de Kant según la cual es el sujeto quien construye y quien hace el objeto. Por otro lado, si no nos asombra que Weigel en modo alguno parece negar el papel y la necesidad de un objeto (Gegenwurff) —una inconsecuencia, según Gruetzmacher—, ¿no se acerca esta doctrina mucho más a la de Kant? ¿Y no deviene el Gegenwurff la contrapartida exacta de la cosa en sí, elemento esencial y contradictorio del sistema kantiano?
Pero volvamos, una vez más, a los textos mismos de Weigel. Para que el conocimiento (gnosis) sea posible, ¿qué es preciso? Tres cosas: primero, el objeto conocido; segundo, el sujeto cognoscente; tercero, un medio apropiado que permite la comunicación. Según Weigel, es evidente que el objeto no forma el conocimiento (gnosis); en efecto, si no hay sujeto, o si el sujeto no posee el sentido necesario para percibir el objeto, o si el medio favorable falta, ningún conocimiento (gnosis) es posible. Vayamos más lejos: un objeto idéntico puede ser percibido por distintos sujetos de maneras diferentes y parecerles grande o pequeño, etc. Y las mismas observaciones se imponen para la percepción de lo caliente y lo frío, y de toda la gama de cualidades sensibles. Dependen del sujeto y tienen lugar en el sujeto, lo cual queda confirmado por el hecho de que, incluso ausente el objeto podemos imaginarlo.
La subjetividad de las percepciones sensibles parece, por tanto, adquirida. Esto es para Weigel muy importante, sirviéndose para convencer a sus lectores del ejemplo clásico de los anteojos verdes y rojos.
Pero prosigamos: en el conocimiento (gnosis) racional, uno de los elementos determinantes, necesarios para que el conocimiento (gnosis) sensible tenga lugar, desaparece. El medio (médium) deja de jugar un papel. La razón va directamente a su objeto. No nos queda, por tanto, más que examinar el papel respectivo de los dos términos: el sujeto y el objeto, y, una vez más, veremos cuan grande es el papel del sujeto. Es este último quien razona, quien comprende, quien juzga. Vcio/udicium est in judicante, non injudicato, y nadie negará que el juicio no es subjetivo. Lo que parece bueno o malo a uno le parece a otro lo contrario, etc. Además, nadie negará que el juicio o el pensamiento es una actividad; es preciso, en efecto, que la razón dé sus pasos, compare, analice, preste atención, cuente, calcule. Es preciso también que la razón contenga ya en sí los elementos necesarios que él razonamiento y la comprensión presuponen. Cuando se nos habla de algo, no son los sonidos de las palabras los que nos comunican las nociones de las cosas. Para comprenderlos, es preciso saber de antemano lo que las palabras significan. Cuando se nos explica algo que no conocemos todavía, somos nosotros mismos los que, con los elementos que poseemos, construimos un sentido, un juicio, un pensamiento. Somos, por tanto, nosotros quienes conferimos un sentido determinado a las palabras: por eso, varias personas que leen un mismo texto lo comprenden de manera diferente. Es el sentido que ellas introducen en la lectura lo que es diferente. Si fuera el objeto lo único activo en el acto del conocimiento (gnosis) racional, todo el mundo estaría siempre de acuerdo y no habría tantas polémicas sobre la interpretación de las Escrituras, tantas discusiones y herejías como ahora.
Además, el acto de conocer no es una acción sólo en el conocimiento (gnosis) racional; lo es también en la percepción sensible. En efecto, para ver un objeto, es preciso que miremos; para reconocerlo, es preciso que sepamos ya lo que es. Y de la misma forma que hay distintas interpretaciones de los textos, también hay errores e interpretaciones diferentes en la percepción. Podemos decir, por tanto, de una manera general, naturalis cognitio semper activa “.
Pero, ¿por qué Weigei desarrolla todos estos lugares comunes? n ¿Qué trata de demostrar? A estos modos de conocimiento (gnosis) natural, él quiere oponer un modo de conocimiento (gnosis) superior, el del conocimiento (gnosis) intelectual (Verstan-deserkenntnis) que es, hablando con propiedad, sobrenatural y que pretende un valor absoluto.
En él el sujeto ya no es würkende, sino leidende, y lo es porque no dependiendo más que del objeto, del Gegenwurff, no siendo, por tanto, subjetivo sino objetivo, este conocimiento (gnosis) pasivo nos dará la verdad absoluta, una misma y sola verdad para todos aquellos capaces de adquirirlo. Por eso, el conocimiento (gnosis) intelectual, que es el conocimiento (gnosis) por el espíritu, no llega jamás a discusiones y a controversias. Y esto es así porque este conocimiento (gnosis) es sobrenatural, es una iluminación, por lo que jamás habrá desacuerdo entre quienes no se limitan a explicar los textos y a razonar sobre la letra de la Escritura, sino que penetran el espíritu. En efecto, para llegar a esto Weigel tenía necesidad de demostrar el carácter subjetivo y activo del conocimiento (gnosis) natural. Por otra parte, los ejemplos y razonamientos de que se sirve se encuentran en parte ya esbozados por Sebastián Franck.
Examinemos el problema desde un punto de vista ligeramente distinto. Weigel insiste siempre en la necesidad de admitir el carácter subjetivo —enseguida diremos en qué sentido— del acto de conocimiento (gnosis). Las cualidades sensibles no llegan al alma desde fuera, ni el pensamiento le llega desde fuera; lo encuentra en sí misma, en sí misma encuentra también las verdades que conocía y las que aprende. V. Weigel es un innatista convencido y para darlo por bueno cita a Platón: «Como dicen los platónicos, aprender es recordar.» Weigel establece una gradación: primero, la percepción sensible; segundo, el pensamiento racional; tercero, el conocimiento (gnosis) intelectual. Cada grado es al mismo tiempo superior al precedente, y más interior que él. Pero los modos superiores del conocimiento (gnosis) lo son en realidad precisamente porque son más interiores, porque son más adecuados al alma, porque están más cerca del alma; y también porque cada grado superior engloba al inferior, lo abarca y puede servirse de él y usarlo. Por ello mismo puede también prescindir de él. La razón podría prescindir del sentido, de la misma forma que la inteligencia (Verstand) podría prescindir del sentido y de la razón, pero no a la inversa. En efecto, quien puede lo más puede lo menos, pero no a la inversa. Por esto es imposible que todos los modos de conocimiento (gnosis) exterior lleven y enseñen algo al alma en un terreno que sólo es accesible a un poder superior. Es, por tanto, completamente absurdo esperar obtener la comprensión de la Escritura de un estudio de la letra, que es en relación con el espíritu lo que el cuerpo al alma. Es igualmente falso por lo mismo que se obtenga ex auditu la fe. En efecto, la verdadera fe es un hecho del espíritu y un conocimiento (gnosis) espiritual; no puede, por tanto, venir de fuera, ni puede provenir más que del espíritu mismo, ab intra, y sólo iluminado ab intra el hombre regenerado puede captar y comprender el verdadero sentido de la Escritura. Porque el espíritu que ilumina, y respecto al cual su alma se mantiene leidende, es al mismo tiempo él mismo. Y esta luz que lo esclarece es innata en el alma; está más cerca del alma que el alma misma, y esa luz es Dios”.
¿No se reconocen las ideas de San Agustín? ¿Hay necesidad realmente de citar al maestro Eckhart para ver en él la misma distinción entre el conocimiento (gnosis) pasivo y el conocimiento (gnosis) activo: leidende y würkende, distinción que con nombres distintos es, por otro lado, tradicional en la mística?
Pero se trata de un agustinismo paracelsista. En efecto, el innatismo del pastor de Zschoppau se halla profundamente penetrado de la concepción paracelsista de la correspondencia entre el microcosmo y el macrocosmo; está en la doctrina del conocimiento (gnosis) por lo semejante, o si se quiere, por lo mismo. Conocer según esta concepción quiere decir ser (quodammodo) el objeto conocido. Conocer algo quiere decir identificarse interiormente con esta cosa, devenir esta cosa, poseerla en sí; en efecto, no se conoce en realidad más que a uno mismo. No se puede conocer algo que no se es. Todo lo que puede ser conocido debe estar en nosotros ya, y es él mismo, el hombre, quien de su propio fondo extrae su conocimiento (gnosis) y lo produce transformándose en cierto modo él mismo en su objeto. Si puede hacerlo es porque todo está en el hombre que en realidad no tiene otra necesidad que conocerse a sí mismo para conocer al mismo tiempo el mundo. En efecto, toda la sabiduría divina y humana está en él; para el hombre aprender equivale a aprender a conocerse; a devenir y a conocer lo que él es.
La doctrina del conocimiento (gnosis) recoge aquí la metafísica. El hombre, en efecto, es el centro del mundo; contiene en sí todo lo que el mundo contiene; es divino, astral, material — Por eso puede conocer esos mundos, que están en él, y de los cuales él es el representante.
Por eso también posee los tres modos de conocimiento (gnosis) descritos más arriba; lleva en sí la física y la astrología, las artes prácticas y los oficios, tanto como la teología y la Biblia. Es todo esto (virtualmente) y deviene todo esto (en actualización en cierto modo), mediante el conocimiento (gnosis) de sí mismo, que extrae de su propio fondo.
Son tres las «escuelas» del hombre y de ellas la tercera es la más alta y perfecta, porque en ella el sujeto y el objeto, el discípulo y el maestro se aunan; porque este conocimiento (gnosis) del tercer orden es al mismo tiempo perfectamente interior, «esencial», espontáneo y pasivo. Lo cual explica que cuando se sueña, según Weigel, Dios es el fundamento del alma, que está ahí presente, que es innato al alma, y que, por tanto, es él mismo quien se reconoce en el alma humana, de igual forma que el alma humana se reconoce en Dios. Dios es la naturaleza del hombre, porque la naturaleza del hombre es sobrenatural, y Dios es la naturaleza interior de la naturaleza, porque la naturaleza no está ahí más que para expresar lo sobrenatural.
Es curioso ver cómo los viejos temas —el del conocimiento (gnosis) por lo mismo, del papel representativo del hombre, del maestro interior, el tema del conocimiento (gnosis) por la fe, el tema del innatismo, etc.— se ordenan en torno a las ideas maestras de la doctrina: la del papel absolutamente central del hombre, clave de la bóveda del universo, que es a un mismo tiempo contenido y continente porque es la expresión orgánica del mundo y de Dios.