Aunque del término «Mahatma» se ha abusado mucho, tiene significados precisos e inteligibles y una larga historia. Como muchos otros de los términos de la metafísica india, la palabra es difícil de explicar, y sólo parece tener una connotación vaga o sentimental, debido principalmente a nuestra ignorancia general de la filosofía cristiana y de otras filosofías tradicionales, de manera que, por ejemplo, nosotros ya no somos capaces de distinguir entre el espíritu y el alma o entre la esencia y la existencia; y debido igualmente a los valores absolutos que damos erróneamente a la «personalidad», o más bien, a la individualidad.
En un punto ya alejado del comienzo encontramos que en un Sutta budista se traza la distinción entre los «sí mismos» Mayor y Menor de un hombre, respectivamente mahatma y alpatma; estos sí «mismos» corresponden al esse y al propium, el «ser» y la «propiedad» de San Bernardo, donde la «propiedad» constituye las cualidades psicofísicas por las que un individuo se distingue de otro. Nuevamente, estos dos «sí mismos» son las «vidas» de San Juan 12:25, «El que quiera salvar su vida, que la pierda», y una de ellas es esa «vida» que un hombre «debe odiar si quiere ser discípulo mío» ( San Lucas 14:26 ); en estos textos las palabras que se han traducido por «vida», aquí y en San Lucas 9:24, «Quien pierda su vida por amor de mí», son el latín anima y el griego psique, palabras que implican, primero, el sí mismo como una entidad psicológica, de hecho todo lo que implica la psique en nuestra «psicología», y segundo, el «sí mismo» espiritual.
En Mahatma, maha es simplemente «grande», «más alto», o «superior»: atman, como el griego pneuma, es primariamente «espíritu». Pero debido a que el espíritu es el ser real del hombre, ser que hay que distinguir de los accidentes de este ser por los que se conoce al individuo como fulano, y a que está poseído de cualidades o propiedades particulares, el atman, en su uso reflexivo, adquiere el valor de «sí mismo», cualquiera que pueda ser nuestra opinión en cuanto a la naturaleza de este «sí mismo», ya sea física, psíquica o espiritual. En este sentido puede usarse para denotar una u otra de las «vidas» a las que se alude en los textos citados arriba. Pero es precisamente en este punto donde emerge la importancia fundamental del mandato tradicional tantas veces repetido «Conócete a ti mismo»: pues el hombre «racional y mortal» «ha olvidado quien es» ( Boecio ), y a aquellos que han olvidado de esta manera se les aplican las palabras del Cantar de los Cantares, «si no te conoces a ti mismo, márchate». Como San Pablo lo expresa tan tajantemente, la palabra de Dios es «más aguda que una espada de doble filo, que penetra hasta la separación divisoria entre el alma y el espíritu» ( Hebreos 4:12 ); como debe serlo, si ha de expresarse la vía de retorno de Dios; pues si es verdadero que «quienquiera que está unido al Señor, es un espíritu» ( I Corintios 6:17 ), esto sólo puede ser por «una eliminación de toda otreidad» ( Nicolás de Cusa ). Por consiguiente, como dice el Maestro Eckhart, «Toda la escritura eleva su clamor por la liberación del sí mismo», y aquí la palabra «toda» debe tomarse en su sentido más amplio posible, pues éste es el clamor de la escritura brahmánica, budista e islámica tanto como lo es de la escritura cristiana. Sin embargo, debe observarse que ésta es una doctrina metafísica más bien que una doctrina ética, y que la «liberación del sí mismo» significa muchísimo más que lo que se entiende por nuestra palabra «inegoísta»: la «conducta inegoísta» sería meramente sintomática del hombre cuyo sí mismo ha sido «anonadado» y cuyas obras son «las del Espíritu Santo ( spiritus, pneuma, ruah, atman ) más bien que las suyas propias» ( Santo Tomás de Aquino, basado en II Corintios 3:17 y Gálatas 5:18 ). El altruista hace lo que «él» querría que se le hiciera: sin embargo, los actos del que está enteramente «en el espíritu» son inmotivados, ya sea para bien o para mal: son simplemente manifestaciones de la Verdad aparte de la cual «él» ya no existe; sólo convencional y lógicamente, por motivos de conveniencia práctica, y no realmente, el que está enteramente «en el espíritu» puede hablar de sí mismo como «yo» o de algo como «mío»; en realidad «vivo, pero no “yo”, sino que Cristo vive en mí» ( Gálatas 2:20 ), «Yo peregrino errante en el mundo y no soy alguien» ( akimcano carami loke budista ).
El término Mahatma es primariamente una designación del «Gran Espíritu Innacido» ( mahan aja atma, Brhadaranyaka Upanisad IV.4.22; atma mahan, Katha Upanisad III.10 ), del Hijo Supernal ( Maitri Upanisad VII.11.8 ), de la esencia espiritual ( atman ) de todo lo que es ( Rig Veda Samhita I.115.1 ), a la vez el Dador de la Vida y de la Muerte, el Finalizador ( mahatma en Katha Upanisad I.16 ): es decir, una designación del Dios espirante en tanto que se distingue de la Divinidad despirada, distinción que sólo se resuelve en la Identidad Suprema de la Persona ( purusa ), a saber, Ese Uno ( tad ekam ). Como se describe en la escritura india, el Espíritu es así la Luz de las luces, y el único agente libre en todas las cosas; pues en esta «filosofía eterna» no es «nosotros» quién ve, quién escucha, quién actúa y demás, sino que es el Espíritu inmanente el que ve, el que escucha y el que actúa en nosotros.
Ahora bien, si en las Upanishad y en el budismo se formula la pregunta fundamental, ¿«por cuál sí mismo» se obtiene la liberación?, la respuesta es evidentemente «por el sí mismo espiritual», y no por el ego psicofísico individual. La posibilidad de una salvación del sufrimiento, del temor y de la muerte, y de todo lo que se entiende por el «mal», es la posibilidad de transportar nuestra consciencia de ser ( que es válida en sí misma pero que no ha de confundirse con nuestro concepto de ser fulano ) desde el ego humano al Espíritu inmanente que se da a cada individualidad imparcialmente sin devenir jamás él mismo un alguien; es decir, la posibilidad de transferir nuestra consciencia de ser desde el pequeño sí mismo al gran Sí mismo; la posibilidad de devenir, en una palabra, un «Mahatma», o como lo expresaría San Pablo, de «ser en el espíritu». Así pues, llamar Mahatma a un hombre equivale a llamarle «Gran Espíritu», «Sol», «Gran Luz»; es más que llamarle santo, es llamarle Hijo de Dios y rayo de la Luz Increada. Ciertamente, implica que el hombre a quien se llama así ya no es «él mismo» en el sentido común, implica que ya no es «humano», sino que estando «unido a Dios, es un espíritu» ( I Corintios 6:17 ).
Esto no es algo que un hombre pueda reclamar para sí mismo; pues como hombre no puede reclamarlo, y no es tampoco algo que pueda probarse. Si un hombre ha «devenido lo que él es» ( geworden was er ist ) realmente aquí y ahora, si ha devenido un soplo del Espíritu ( pues «Eso eres tú ), «libre en esta vida» ( jivan-mukta ), o como lo expresaría Rumi, «un hombre muerto que camina, uno cuyo espíritu tiene un lugar de morada en lo alto en este momento», todo esto es, hablando estrictamente, un secreto entre él mismo y Dios. El lector puede no creer que pueda realizarse el estado de perfección, «como vuestro Padre en el cielo es perfecto», que implica el epíteto de Mahatma, o puede no creer que se haya realizado en el hombre de quien nosotros hablamos no obstante como Mohandas Gandhi. Mi único objeto ha sido explicar el significado real del término Mahatma que ha sido aplicado a Gandhi por aquellos que le consideran como un Mesías, y que ha devenido inseparablemente conectado con su nombre.
Concluyo con la definición del Mahatma que se da en el Sutta budista ( Anguttara Nikaya I.249 ) citado al comienzo del segundo párrafo de este artículo. El Mahatma «es de cuerpo, de voluntad, y de presciencia plenamente crecidos; no es vacuo, sino que es un Gran Espíritu cuyo comportamiento es incalculable».